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De Colombia asombran tanto sus nevados y cordilleras, sus playas e inabarcables llanos, como el dinamismo de sus gentes y su buen carácter, pero quizá lo que más impresiona a una extranjera como yo, buena conocedora del conjunto de Latinoamérica, es el empuje de su sociedad civil y, más concretamente, el nivel de compromiso con el país que las fundaciones colombianas ponen en marcha con los enfoques más diversos y con una generosidad sin parangón.
Siempre se ha dicho que Colombia tiene un Estado pequeño, e incluso que hay zonas con escasa presencia de la estructura del Estado; es precisamente en ese contexto en el que emergen señeras las fundaciones. Son miles las fundaciones y ONG que trabajan en Colombia en los sectores más diversos; un pequeño grupo de ellas (medio centenar de grandes fundaciones familiares o empresariales) se agrupan en la AFE, modelo de transparencia y de proactividad al servicio del sector y el resultado de este virtuoso círculo de solidaridad y compromiso es un río de eficacia al servicio de las causas más justas.
En ocasiones fenómenos extraordinarios han provocado una extraordinaria solidaridad y coordinación (nunca olvidaremos lo que supuso la crisis de Armero o el terremoto de Armenia, que despertaron la admiración internacional ante la respuesta organizada del pueblo colombiano), pero lo más admirable de este gran tejido solidario es su normalidad, su constancia, su maravillosa eficacia ordinaria.
Hay modelos colombianos que han marcado un hito en la filantropía latinoamericana, como el de la Fundación Carvajal. Precisamente en este año se conmemora el centenario del nacimiento de D. Manuel Carvajal Sinisterra de quien Peter Durcker, el gran gurú mundial del management, diría que era el mejor modelo responsabilidad social empresarial que había conocido en toda su vida.
La Fundación Carvajal es un caso de estudio internacional. Con una enorme generosidad, los accionistas de la compañía, liderados por D. Manuel, donaron a la Fundación casi 25% de las acciones a prorrata de la participación de cada uno de ellos, convirtiéndola en el principal accionista del propio grupo empresarial. Por si eso fuese poco, la Fundación Carvajal recibió el mandato fundacional de proyectarse a la sociedad en su conjunto (stockholders externos), al margen de la acción social derivadas de la propia actividad de la empresa (stockholders internos), que serían atendidas por el propio grupo.
Otros casos de renombre como la Fundación Corona, promovida con un increíble dinamismo por la familia familia Echavarría Olózaga, viene sirviendo a la sociedad desde los años 60 del pasado siglo, y para emular la generosidad de sus padres, los hermanos Echevarría Garcés promovieron la fundación Alvaralcie, marcando un nuevo hito en la filantropía colombiana. Podría seguir poniendo ejemplos como la Fundación Grupo Aval, con su proyecto de gran hospital contra el cáncer, o la fundación Valle del Lili con su clínica de referencia latinoamericana; todas ellas me han llenado de admiración, pero si lo siguiese citando, esta reflexión se convertiría en un listado sin forma ni concierto y, lo que es peor, estaría inevitablemente plagado de agravios comparativos.
Pero como decía al inicio, si esos nevados y playas, esa ‘magia salvaje’ que tan generosamente ha reflejado la Fundación Éxito, asombran al foráneo, es la inmensa, densa, extensa y capilar red de entidades de acción social la que realmente impresiona a cualquier amante del progreso y del desarrollo y la que, dicho sea de paso, merecería un film documental de similar calidad.
Todo parece indicar que este mes de marzo de 2016 quedará grabado en la historia de Colombia como el inicio de una nueva etapa… donde del ‘surco de dolores’ germine finalmente el bien, la paz, la justicia y el desarrollo con equidad, y me emociona pensar que todo eso será posible gracias al compromiso generoso de las grandes y pequeñas fundaciones que soportan y mantiene viva esta admirable Colombia.