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En la columna del 9 de diciembre de 2014 “Londres vs. Bruselas”, criticamos el pronunciamiento del gobierno británico de no participar en las operaciones de búsqueda y rescate para evitar que emigrantes y refugiados del norte de África murieran en el Mediterráneo. Desde Londres se argüía que esas acciones animan a la gente a peligrosas travesías con la esperanza de ser rescatados. Así, Cameron arrinconaba la modesta alternativa europea “Tritón”, que equivalía para la Unión Europea la tercera parte de lo que asumió el gobierno italiano y que solo buscaba la protección de fronteras con patrullas en las primeras 30 millas de la costa italiana.
Después de la tragedia del pasado 19 de abril, cuando murieron más de 750 personas cerca de las costas libias, los líderes europeos, como resultado de una cumbre extraordinaria, anunciaron como un gran esfuerzo que la Unión triplicará los fondos para las operaciones de búsqueda y rescate en el Mediterráneo. “Queremos actuar rápido, lo que significa triplicar los recursos financieros”, dijo Ángela Merkel, con cierto cinismo. ¿Rápido? “Tritón” nació tardía, esto es el 1° de noviembre de 2014, mucho después de la operación italiana Mare Nostrum, que en 2014 rescató cerca de 150.000 personas, cuando ya habían muerto ahogadas 3.200, y en lo que va de este año son cerca de 1500. ¿Triplicar? La UE solo destinó 2,9 millones de euros mensuales, mientras que el gobierno italiano sumaba 9 millones -más de lo que hoy anuncia la UE- y cuando no todos los gobiernos estaban dispuestos a financiar la operación.
De la misma forma se pronunció Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo, “en caso de catástrofe no hay límites geográficos o políticos”, y precisó, eso sí, que el esfuerzo solo es económico, pues Tritón se limita a la búsqueda y rescate dentro de las 30 millas náuticas de las costas europeas. Mientras tanto los otros líderes anunciaban que desplegarían barcos, entre ellos “el antieuropeista” -hoy activo líder de la operación- David Cameron, que ofreció el “HMS Bulwark”, un buque multifacético de desembarco, tres helicópteros y dos patrulleros.
Al final, los líderes europeos, fieles a las acciones de fuerza, instruyeron a la jefa de su diplomacia, Federica Mogherini, “proponer acciones para capturar y destruir los buques de los traficantes antes de que puedan ser utilizados”. La ceguera europea no tiene límites, no solo porque contribuye muy poco con la pacificación -a veces la exacerba- del otro lado del Mediterráneo, sino porque ha dicho -desde antes del comienzo del milenio- que la principal amenaza a su Estado de bienestar es su realidad demográfica, pero cierra las puertas a la migración de una mano de obra poco calificada que necesitan y que es la solución.
La ausencia de una política migratoria común es la deuda más importante de la UE con propios y extraños. De ahí la indignación del alto comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, Zeid Ra’ad Al Husein, quien criticó las políticas migratorias y acusó a Bruselas de transformar el Mediterráneo en un “gran cementerio” si sigue dando la espalda a los emigrantes. Dijo, además, que los europeos deberían reconocer que necesitan “un enfoque más valiente y menos cínico”, y los acusó de ceder ante los movimientos populistas xenófobos que están en ascenso en el espacio común.
El presidente de la Federación Internacional de la Cruz Roja, Elhadj As Sy, se sumó a las críticas de la operación Tritón e insistió -como el alto comisionado- que esta no se adapta a la situación actual, por estar “antes destinada a controlar las fronteras marítimas que a salvar vidas”. En tanto la UE enseña y exige el respeto a los derechos humanos, ¿será que la migración dejó de ser un derecho?