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Con el paso de los días, el tiempo parece acelerarse, andar cada vez más de prisa y no ser suficiente para atender el creciente cúmulo de responsabilidades asignadas, generando un permanente aumento de la presión con la que los trabajadores de todos los niveles realizan sus tareas diarias. Indudablemente, la excesiva competencia a la que las empresas se ven enfrentadas y la necesidad de reducir los costos, hacen que la exigencia por generar resultados sea cada vez mayor y que el número de actividades que se espera que un empleado realice a diario, vaya en aumento.
La presión nos asalta por todos los flancos: está en los aspectos corrientes de la vida como el tráfico, que nos impide llegar a tiempo y nos estresa, en la necesidad de atender simultáneamente actividades familiares que se cruzan con las laborales y en la multiplicidad de tareas que debemos realizar en forma directa; está en un jefe que demanda y controla excesivamente, en la premura e inmediatez con la que todo se nos solicita y en los rígidos procedimientos y normas que demandan procesos como los de calidad, que además nos obliga a elaborar informes y llenar planillas de control que absorben un tiempo precioso.
La presión es considerada por muchos como una forma de incrementar el rendimiento laboral, pero está comprobado que si se torna permanente o es excesiva, termina por producir resultados contrarios a los esperados. Cuando los plazos son muy ajustados o se imponen metas irreales e imposibles de cumplir, se sacrifica la calidad, se corre el riesgo de cometer errores e incluso de causar serios accidentes en la operación.
La tolerancia a la presión, es un requisito que aparece mencionado cada vez con mayor frecuencia dentro de las condiciones que necesariamente debe reunir el candidato a ocupar cualquier cargo vacante. Ser tolerante a la presión significa ser capaz de realizar una tarea y tomar decisiones correctas, en medio de condiciones adversas. Pero quien normalmente busca que su equipo de trabajo labore bajo este esquema, debe tener en cuenta que la mayoría de los seres humanos, cuando enfrentan situaciones de presión o de peligro, pueden reaccionar de manera violenta ante hechos insignificantes, bloquearse y ser incapaces de abordar la tarea solicitada.
En la medida en que la presión deja de ser algo eventual y esporádico, que se ejerce solo cuando debe atenderse un acontecimiento extraordinario y se convierte en una constante dentro del trabajo, la salud de los empleados se resiente, se incrementa el ausentismo, aumentan los conflictos internos y se enrarece el clima laboral.
En algunos trabajos, especialmente de tipo creativo es común encontrar personas que se vuelven adictas a trabajar bajo presión y solo son capaces de producir cuando están bajo su efecto; la adrenalina que produce el organismo en estas circunstancias, puede llevar al individuo a estados de euforia que incrementan momentáneamente su capacidad de concentración, mejorando las conexiones entre los hemisferios del cerebro y, por consiguiente, ampliando la capacidad de producir nuevas ideas.
Pero no está comprobado que mediante presión se consiga mejorar de manera importante la productividad y calidad del trabajo; por el contrario, cuando se persiguen estos objetivos, lo que recomiendan los asesores es contratar jefes que motiven, ofrecer un agradable clima laboral y un trabajos interesantes y con horarios flexibles. Produce más quien se encuentra a gusto con la empresa y las condiciones de su trabajo, que quien debe laborar en medio de las tensiones y sobresaltos que genera un jefe excesivamente controlador.
El estrés excesivo le pesa al cuerpo y al rendimiento
Algunos prefieren trabajar bajo presión, pero terminado el trabajo, el cuerpo pasa su factura y la persona se siente agotada y tensa, demora más para conciliar el sueño, no descansa lo suficiente y por lo tanto enfrenta la siguiente jornada laboral en condiciones que no son óptimas y tarde o temprano empezará a presentar problemas de salud derivados del estrés, como el síndrome de la fatiga crónica.
La integridad laboral se ha convertido en un desafío estructural tanto para el mercado laboral colombiano como latinoamericano
En cargos ejecutivos, la brecha salarial es de 17%; en gerencias senior de 7%; y en posiciones profesionales la diferencia llega a 20%