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Tuve la oportunidad de asistir a la posesión del presidente Nayib Bukele, en El Salvador, y de ver y sentir a una sociedad que palpita de emoción, unida en torno a un sueño común que se hace realidad: emprender la senda del desarrollo, a partir de la voluntad irrestricta de su líder de imponer la seguridad, como bien supremo y objetivo principal, en una nación que se creía inviable, por haber caído en manos del control delincuencial total. Todos los demás factores de un país mejoran exponencialmente, cuando se recupera, con decisión, fuerza y legalidad, la hegemonía del Estado sobre la criminalidad. Si hay seguridad, hay inversión; si hay inversión, hay empleo; si hay empleo, hay prosperidad, y si hay prosperidad, hay desarrollo, en un mundo que está al alcance de todos, siempre y cuando brinde seguridad. Se trata de un círculo virtuoso inmejorable.
Esto me lleva a reflexionar que, así como la seguridad es el factor natural para cohesionar sociedades, la inseguridad es la herramienta empleada para desarticularlas, en la búsqueda de protervos fines. Eso es precisamente lo que estamos viviendo en Colombia: Petro nos hunde en el caos de la inseguridad, para generar el desastre que le permita consolidar su malvada revolución comunista.
No podemos caer en la trampa que nos tiende Petro, el Jefe de la Mafia; nada de creer en sus mentiras cuando sale a decir que él no se quiere reelegir y que la idea de la constituyente es un invento de los medios.
A Petro no hay que creerle lo que dice cuando niega haber dicho lo que dijo; hay que creerle lo que hace y lo que pone a hacer a sus esbirros: claro que el presidente quiere y promueve la constituyente y que sus aliados, los criminales - esos mismos de los que ha hecho parte: las Farc del bandido Iván Márquez; la cúpula criminal del Eln; el canciller de las Farc, Álvaro Leyva, y una caterva de enemigos de la Patria- han salido al unísono a apoyar la constituyente que ahora niega el mitómano mayor.
Hasta la sabandija impresentable de Eduardo Montealegre empezó un tour de medios para justificar lo injustificable: una constituyente, con el fin, supuestamente, de cumplir los espurios acuerdos con las Farc, firmados en un golpe de estado liderado por el tartufo Santos, que se robó el resultado de las urnas, en las que los colombianos dijimos NO a ese esperpento que tiene hoy a los criminales y genocidas de esa banda terrorista, en el Congreso, y a Petro, en la Presidencia. No es coincidencia que uno de sus “enmermelados” activistas salga a proponer la reelección del tirano en ciernes. ¡Claro que Petro está intentando reformar la Constitución para quedarse!
El perverso plan de Petro y sus cómplices tiene varias aristas. La principal de ellas es hacer lo contrario a lo que ha logrado Bukele en El Salvador: en vez de ordenar la casa a partir de la seguridad, Petro promueve la inseguridad, por cuenta del desmembramiento de los territorios entregados a los bandidos, que apoyan su funesto plan de atornillarse en el poder; a cambio, los delincuentes recibirán perdón por sus crímenes y lograrán concretar la promesa, siempre atractiva para el bandidaje, de la no extradición.
La ejecución de ese plan macabro empezó desde que nombró a Iván Velásquez, enemigo de las Fuerzas Militares, como ministro de defensa; pero el golpe a nuestros héroes, a los que combaten a las guerrillas criminales, no solamente fue moral sino real: Petro y Velásquez acabaron de un plumazo con la línea de mando: más de cincuenta altos oficiales fueron llamados a calificar servicios. Con ello castraron, de un solo tajo, dos generaciones de generales y coroneles que habían sido formados para combatir el flagelo del terrorismo.
No contentos con eso, a nuestros soldados el Gobierno les ha atado las manos, los tiene encerrados en los cuarteles, con la orden de no atacar al enemigo; ha destinado al robispicio los recursos para la defensa del País y no a las operaciones militares; y el mantenimiento de helicópteros, las horas de vuelo, la producción de armamento y toda la inversión en la guerra contra los bandidos, va en franca decadencia. ¿Por qué un gobierno renunciaría a combatir a los grupos armados ilegales en desmedro de su fuerza pública, si no fuera para afincar en ellos sus deseos perversos de perpetuarse en el poder? Nuestras Fuerzas Armadas han jurado defender la Constitución y jamás apoyarían la pretensión tiránica de Petro; contrario a lo que los bandidos sí están dispuestos a hacer: apoyar con sus armas al sátrapa, a cambio de impunidad y no extradición. Que no se olvide el Pacto de la Picota.
Desde Venezuela, el otro dictador, Maduro, nos mandó vía frontera occidental y de la mano del verdadero cerebro del régimen, Iván Cepeda, al resucitado criminal Iván Márquez; no solamente lo vimos en un video, muy orondo, promoviendo la constituyente de Petro, sino que, al mismo tiempo en que le montaron una nueva mesa de paz con las Farc (no les bastó con la que armó Santos), está ocupando, a sangre y fuego, territorios de producción y exportación de cocaína y de minería ilegal en el suroccidente colombiano en Cauca, Valle y Chocó. Aquí vale la pena preguntarse del lado de qué bando está jugando el Gobierno en la disputa territorial que tienen Márquez y Mordisco.
Para completar el cuadro, Iván Márquez se disputa territorios con las otras Farc (sí, ahora tenemos tres Farc a falta de una: las de Iván Márquez, las de Iván Mordisco y las de Timochenko). En resumen, el suroccidente del país está hoy en manos de los criminales: los elenos, sentados cómodamente, al igual que las dos facciones de las Farc, en sendas mesas de paz, que son la excusa para que nuestras Fuerzas Armadas no los combatan, mientras aquellos se toman tranquilamente Nariño, Caquetá, Putumayo, Cauca, Valle del Cauca y Chocó.
Esa toma de territorios es estratégica, en términos de todos los negocios ilegales; pero, principalmente, lo es porque en esas regiones se acumulan millones de votos, controlados por los bandidos aliados del régimen. ¿A la hora de convocar cualquiera de sus locuras para atornillarse en el poder, a dónde creen que irán a dar esos votos direccionados por los fusiles ilegales?
A esos bandidos se suma el control territorial que ejercen bandas y pandillas, que también están o pretenden estar sentadas con el Gobierno en procesos de paz: Los Shiotas y Espartanos, en Buenaventura; La Inmaculada, en Tuluá; Los Flacos, en el Norte del Valle, y El Clan del Golfo, que ya llegó a disputarse el control del Cañón de Las Garrapatas, botín histórico de toda clase de malhechores.
Si por el suroccidente llueve, en el Caribe no escampa, el Clan del Golfo controla los territorios de producción y comercialización de droga en las zonas históricamente dedicadas al narcotráfico: Córdoba, Urabá, Sur de Bolívar, Sucre, etc., son los enclaves de una estructura criminal que, desde el gobierno Santos ha tenido, a través de Iván Cepeda, una estrategia clara para buscar una negociación política con el Gobierno. Ya en las pasadas elecciones el Clan del Golfo votó por Petro; ahora, que está ampliando su control militar y territorial, buscará, por la fuerza, apoyar al Gobierno, que anda proponiendo una Ley de punto final para enamorar a todos los delincuentes.
Si de control urbano por parte del bandidaje se trata, también encontramos otros elementos desestabilizadores del Estado, campeando a sus anchas, sin que la institucionalidad haga nada para desarticularlos. Extrañamente, se ha empezado a normalizar el control de empresas transnacionales del crimen que nos llegan de Venezuela: El Tren de Aragua, Los Maracuchos y Los AK 47 son algunos de esos fenómenos que se sabe tienen vínculos con los organismos de inteligencia venezolana y que operan al servicio de la dictadura de Maduro en el exterior.
¿A qué intereses creen ustedes que sirven estos malandros que actúan en Colombia? Estas bandas operan en Bogotá, se adueñaron de las grandes ciudades y ya superaron los esfuerzos que los mandatarios locales puedan hacer: si el presidente de la República tiene por política pública la inacción para promover el caos, ningún esfuerzo local rendirá frutos; Petro, el Jefe de la Mafia, al mejor estilo de AMLO, cambió los balazos por abrazos para los delincuentes, los aliados que le garantizarán el Estado de violencia que facilite su intención de desvertebrar la democracia y perpetuarse en el poder.
Ahí está claro, para el que lo quiera ver. Esa es la columna vertebral de la estrategia de Petro para atornillarse en el poder: ¡es la inseguridad, estúpido!