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Crecimos en una cultura en la que imperaban máximas como la de que “el efectivo es rey”, para significar que el dinero en rama era el encargado de marcar la pauta. Ahora, con la acelerada irrupción de las herramientas digitales, hemos entrado en una corriente en la que los billetes hacen un curso apresurado hacia su desaparición. Así como los discos compactos fueron desplazados por los dispositivos electrónicos, el dinero físico es cada vez menos necesario, por cuenta de las billeteras digitales.
En países como Suecia se hace cada vez más difícil pagar una cuenta o una compra en efectivo. No son pocos los establecimientos comerciales en los que a la entrada se anuncia que, en ningún caso, los clientes podrán pagar con las tradicionales coronas. Esta pandemia, que nos ha obligado a alterar nuestras costumbres y hábitos, también ha acelerado la penetración de las herramientas financieras digitales en nuestro país. Lo que antes era muy poco utilizado por el grueso de los consumidores hoy es una práctica de nuestra cotidianidad, como las compras en supermercados a través de aplicaciones o los pedidos por internet.
El necesario distanciamiento social ha obligado a que la mayoría de la sociedad adopte prácticas digitales que hasta hace muy poco no estaban generalizadas, pero que, debido a la pandemia, han terminado por fortalecer las transacciones digitales de todo nivel. Lo que más me ha llamado la atención es el acceso que a ese tipo de servicios han tenido las clases menos favorecidas, a las que están llegando las ayudas estatales, a través de los distintos programas puestos en marcha por el Gobierno Nacional. Las cifras son significativas.
De acuerdo con las estadísticas oficiales, 4,2 millones de adultos nuevos recibieron por primera vez depósitos electrónicos. En menos de 10 meses, millones de colombianos, que acostumbraban a pagar los servicios públicos en efectivo y a través de ventanillas físicas, ahora lo hacen desde sus hogares y a través de su teléfono inteligente.
La simplificación de procesos y la velocidad en los mismos se traducen en una mayor inclusión financiera, y ello constituye un inmejorable antídoto para la informalidad en las transacciones. El acceso a la banca y a los servicios relacionados con ella son esenciales para el desarrollo de nuestra economía. Eso obliga a que los dueños de las entidades financieras replanteen las exageradas tarifas por sus servicios, como las desproporcionadas comisiones que se cobran por el uso de cajeros electrónicos.
Hace 20 años, muy pocos creían que los medios de comunicación impresos estaban ad portas de convertirse en especies en vía de extinción. Hoy, los grandes conglomerados de prensa han hecho una impresionante transición hacia las plataformas digitales, con el propósito de garantizar su supervivencia.
Eso mismo está sucediendo con el efectivo. No pasará mucho tiempo para que las billeteras pasen a buen retiro porque comenzarán a ser elementos obsoletos, como hoy lo son las máquinas de escribir, las cámaras de fotografía o los reproductores de DVD, por citar algunos ejemplos.
Las finanzas digitales han llegado a nuestras vidas y, con esa irrupción, los billetes y hasta las tarjetas de crédito serán objetos de uso exclusivo para los coleccionistas y los melancólicos.