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Comprar, usar, botar y comprar es el ciclo de vida útil de los productos y servicios con los que nos hemos acostumbrado a vivir. ¿Cuántos de nosotros no escuchamos alguna vez “la cantaleta” de nuestros padres o abuelos que nos decían: “Es que ya las cosas no duran como antes”, y nos señalaban aquella nevera “vieja” como argumento de un reclamo que nadie escuchaba?
Este ciclo “sin fin” de consumo y desperdicio, poco sostenible para el planeta, se originó el 23 de diciembre de 1924, día en el que tres importantes y reconocidas empresas de electrónica acordaron reducir el ciclo de vida de sus productos de una manera programada a menos de la mitad del que tenían, con el fin de aumentar sus ventas. Desde ese momento, nos “obligaron” a caer en un estilo de vida insostenible que rápidamente se extendió a muchos sectores que producían, haciendo que su producto “fallara” en un momento determinado, diseñando además modelos de reparación costosos y complejos que a la larga impulsaban la venta de uno nuevo.
¿Quién no ha necesitado reparaciones optando en última instancia por la compra de algo nuevo?
Gracias al internet, hoy tenemos y somos consumidores muy informados, y tras la pandemia, cada vez más conscientes del impacto socio ambiental de las empresas. Estamos ante generaciones más responsables, involucradas emocionalmente con las marcas que hacen aportes al planeta y la sociedad.
Parece que ahora sí estamos en capacidad de escuchar a nuestros abuelos, y entender que somos una sociedad enseñada a consumir bajo una mirada equívoca de moda, diseño y lo último en tecnología. Hemos estado inmersos durante años en ciclos de vida demasiado cortos, recortados en muchas ocasiones de manera intencionada, práctica en la que han caído muchos empresarios de manera inconsciente al considerarlo como algo normal.
Hemos actuado bajo la compra inconsciente favoreciendo la obsolescencia programada de lo que adquirimos, y que rápidamente desechamos contaminando el planeta.
Saber más sobre economía circular es ya una gran tendencia; exigir más responsabilidad a las empresas también, pero sin duda, rechazar las malas prácticas empresariales en este sentido es lo que hoy, casi 100 años después de aquel acuerdo empresarial, pondrá fin a las marcas cuyo modelo de negocio esté orientado a la vida “inútil” de sus productos para vender más.
Esto ha cuestionado en gran medida certificaciones de calidad que exhiben algunos con orgullo como valor agregado, sin poner fin a la programación de esos ciclos de vida programados.
Volver a lo esencial, a lo simple, a lo funcional, a lo fino, a lo que dura, es el camino, cerrando la brecha entre sus modelos de producción y los ciclos de los ecosistemas naturales. Reducir, reciclar y reutilizar son conceptos de los que cada vez se apropian más los consumidores. La calidad y durabilidad serán aspectos que sin duda afectarán la imagen de marca y desde el punto de vista mercadológico el voz a voz y la fidelización para bien o para mal.
Es momento de pensar en ciclos de vida que tengan en cuenta los fundamentos de la economía circular como una nueva oportunidad de innovación. El reto, que a su vez es una gran oportunidad, es reducir los costos de los insumos y generar flujos de ganancias innovadores con la adopción de este tipo de economías; jugar en nuevos mercados será clave para evitar la explotación del consumidor como en el anterior modelo.