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He notado por experiencia personal, familiar y laboral que en el camino de convertirnos en personas más sostenibles con el planeta, vamos teniendo ciertos comportamientos generalizados que no permiten que logremos los objetivos de circularidad de manera sostenible en el tiempo.
Sin duda, la clave para llevar a cabo una correcta reutilización o reciclaje de los materiales que ya no usamos radica en la disposición adecuada de los mismos.
Algo tan simple como conocer el código de colores de las bolsas y canecas que rige en nuestro país, saber cuáles son los materiales de los que está elaborado lo que estamos desechando, qué materiales se lavan y secan adecuadamente para ir a la caneca blanca o cuáles definitivamente ya no tienen oportunidad y van a la negra. Clave importante en todo esto es también cómo se desecha todo material biológico y a dónde va a dar para luego ser compostado por alguna empresa o quizás nosotros mismos.
Con frecuencia creemos que reciclar es acumular y acumular las cosas que finalmente nunca vamos a usar. Creemos que porque no lo botamos a la basura ya estamos reciclando. Pues no, la verdad es que esto de guardar por años una prenda o los trabajos de tus hijos del colegio, papeles y documentos esté evitando la producción y venta de otros nuevos.
¿Cuántas veces guardas por años aquel jean que ya no te queda? No lo pones a circular, no lo regalas, no lo transformas y además ¿piensas erróneamente que con tenerlo ahí “momificado” en tu armario va a salvar el planeta?
Claramente, esto para mi no es ninguna buena práctica de disposición. Por el contrario, he querido llamarlo in-disposición, pues gran malestar es lo que genera esta mala o mañosa práctica al planeta y lo peor es que de ella pocos se salvan.
Las tías guardaban la cajita de chiclets del novio como un verdadero acto de amor, la boleta de ida a cine crecía entre un cajón lleno de esquelas y credenciales románticas, las mamás guardamos todos los trabajos de nuestros hijos de preescolar a once y hasta más porque son valiosos recursos. ¡Si,!, esto suena muy lindo pero vamos a ver un domingo los cajones, el cuarto útil y una cantidad de espacios invadidos con materiales que creemos que estamos “reciclando”, pero en realidad ni siquiera los estamos disponiendo adecuadamente para que sigan el ciclo.
Este puede sonar a un discurso extremista y existencialista. Pero cuántas veces abrimos un cajón y nos decimos a nosotros mismos: ¿y yo para qué guardé esto? también puede sonar a un acto de despertar de consciencia, pero finalmente lo arrojamos de cualquier manera a la basura con todo lo grave que suele suceder cuando no disponemos adecuadamente los desechos para sigan circulando. Pensar que el guardar y acumular es un acto de disposición, es en sí un verdadero acto de indisposición. Por eso, erróneamente nuestros hijos recogen basura en el colegio y en la calle y por “pesar” de no querer botarlos, llenan el maletín de hojas, el bolsillo del pantalón de ramas, lapiceros y tuercas que se quedan atrapados ahí sin seguir el ciclo.
Es clave y sumamente urgente que nos desprendamos de las cosas cuando ya han cumplido su ciclo. Enseñémosle a nuestros hijos que disponer adecuadamente no es sinónimo de botar. Cambiemos el discurso en el hogar, no llamemos a todo basura. Usemos el lenguaje apropiado y actuemos en coherencia. Lo que para unos es basura para otros es un recurso, un insumo para crear algo muevo.