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Una nueva forma de recibir el cambio que ha traído la pandemia al país sería la adopción de un nuevo modelo económico circular, el cual, ha sido representado por la economista británica Kate Raworth con una rosquilla y que, en definitiva, busca el crecimiento financiero impulsando el bienestar para todos. Este modelo, recientemente adoptado por ciudades como Amsterdam, como la nueva economía poscoronavirus, propone un estilo de vida digno, justo y sostenible.
Se trata de un cambio sistémico que debe ser adoptado por consumidores, directivos y políticos en un país aferrado al sistema lineal, insostenible con el planeta y la sociedad.
La rosquilla, ícono que representa el modelo económico circular, al que tarde o temprano debemos migrar, es una representación gráfica de tres áreas a intervenir:
1. El agujero interior hace referencia a las necesidades básicas del ser humano y la sociedad: comida, agua potable, trabajo, vivienda, energía, salud, etc.
2. La parte externa son las variables que amenazan la vida del planeta: deterioro de la capa de ozono, pérdida de biodiversidad, acidificación de los océanos, deforestación, etc.
3. El cuerpo de la rosquilla, es la zona en la que debería moverse la economía sin afectar el agujero central, sin salir al exterior evitando así poner en riesgo el planeta.
En otras palabras, todo esto hace alusión a un concepto poco común en economía: los límites. Los objetivos económicos deben satisfacer las necesidades humanas dentro de un límite aceptable para el planeta, opuesto al actual modelo lineal que es infinito.
Bajo este escenario, cualquier organización deberá dejar de pensar solamente en el beneficio económico que repercute solo en ella y en sus accionistas, para incorporar otro tipo de valores y considerar un rediseño de su actividad actual y comenzar a impactar en otras dos variables adicionales: lo social y lo medio ambiental.
Este nuevo modelo replantea aquellos objetivos de crecimiento, generando procesos de producción cada vez más conscientes, trazables a lo largo de toda su cadena de valor. La rosquilla debe ser un modelo sistémico, nacer de una política gubernamental y un serio compromiso empresarial aplicable a todos los ámbitos de la economía, desde la fabricación de bienes hasta la prestación de servicios.
Amsterdam, la ciudad que le apuesta a este modelo económico tras el covid-19, anunció medidas que fomentan la desaparición de la obsolescencia programada en productos para que duren más tiempo y permitan reparaciones, el aprovechamiento del carácter social de los alimentos que son desechos en hoteles y restaurantes, la promoción del uso de materiales más sostenibles para la construcción y la reutilización de desechos producto de la demolición de edificios.
Muchos países están tomando medidas preparándose para esta década, la cual es definitiva para el futuro del planeta. Nosotros no debemos permitirnos seguir creciendo de manera infinita en un planeta finito. Es hora de madurar como sociedad y aceptar que como consumidores no todos nuestros deseos son posibles, entender que si seguimos produciendo recursos materiales sin fin vamos rumbo a la autodestrucción. Un reciente informe indica que en nuestro país ya se consumieron casi todos los recursos, nuestra capacidad de resiliencia ecológica y por supuesto social es prácticamente nula. Estamos en mora de adoptar un modelo económico como el de la rosquilla basado en el sentido común.