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Debe ser que me estoy volviendo viejo, o quizás que la decisión de vida que tomé de haber estudiado por fuera de Colombia no me está permitiendo entender los argumentos de la contraparte para con la decisión de no utilizar glifosato en Colombia para controlar la epidemia de producción de cocaína que está afectando a nuestro país. Realmente no entiendo qué piensan personas tan estudiadas como Félix de Bedout, Juan Manuel Santos o Alejandro Gaviria al respecto. No entiendo la forma cómo están llegando a las conclusiones que están llegando, porque realmente el proceso de pensamiento que lleve a la conclusión de no atacar de frente este flagelo necesariamente asegura que nuestro país cada vez se vuelva más ingobernable.
Es que hay que respetar “el principio de precaución”, dicen. Mejor dicho, según los críticos de la decisión del presidente Duque de reiniciar las fumigaciones, es preferible condenar a Colombia a convertirse en un narco Estado que correr el riesgo de que le caiga glifosato en la piel a algún colombiano. Que es que el glifosato genera cáncer, mandan decir los enemigos de este producto. ¿Quién dice? Un jurado en un proceso judicial en EE. UU., proceso que, valga decir, hoy en día está en apelación. Por si acaso, es obvio que ese jurado NO tiene mejor información que la academia, el EPA, o de otras organizaciones gubernamentales de 160 países, para ser más exactos, que sigue argumentando que el glifosato NO genera cáncer.
Acá la evidencia relevante: según el US Enviromental Protection Agency, la entidad pública más importante de EE. UU. en cuestiones que tengan que ver con el ambiente y la salud pública, el glifosato NO ES CANCERÍGENO. Pero bueno, si no le quiere creer a esta organización porque es parte del “imperio”, pues entonces lea este documento de la máxima autoridad ambiental de Canadá, uno de los países más progresistas del mundo: https://www.canada.ca/en/health-canada/news/2019/01/statement-from-health-canada-on-glyphosate.html.
Pero es que aún sí el glifosato fuese cancerígeno, Colombia tiene la obligación moral de utilizar cualquier herramienta que tenga a su disposición para tratar de controlar esta tragedia que es el narcotráfico. Según las estadísticas oficiales, este año han muerto ya siete colombianos humildes que están trabajando en la erradicación manual de las plantaciones de hoja de coca y otros 48 colombianos han sufrido mutilaciones. Hasta el mayor mamerto de Colombia debería tener la capacidad de entender que no hay argumento posible para defender la tesis que el glifosato sea peor para un ser humano que pararse encima de una mina quiebra patas, acto que muy seguramente asesinará al campesino humilde que está trabajando para reducir la producción de hoja de coca.
Es simplemente utópico pensar que Colombia puede lograr la paz mientras el país siga siendo testigo de semejante cantidad de producción de cocaína. Esas doscientas y pico mil hectáreas de hoja de coca que hoy en día están siendo sembradas en Colombia implica que la ilegalidad seguirá mandando en algunas partes del país. Y la ilegalidad necesariamente atrae a la violencia. Esa utopía del “principio de precaución” funciona muy bien en Alemania o en Holanda, pero claramente es un obstáculo inmenso para que Colombia logre salir de este círculo vicioso de violencia y pobreza. ¡Por el amor de Dios, sean sensatos!