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El miércoles anterior a las elecciones presidenciales en Venezuela estuve dando unas charlas en Washington D.C. para personas muy influyentes sobre el quehacer latinoamericano. En una de esas charlas un analista muy sesudo me hizo la siguiente pregunta, una que me dejó muy deprimido: “señor Bernal, está Colombia lista para recibir una nueva ola de migración venezolana, acaso podría el país absorber a 1,5 millones de nuevos inmigrantes?” Mi respuesta fue la obvia: “NO”. El punto es que los duros de por acá sabían que los narcotraficantes Maduro y Diosdado se iban a robar las elecciones, y quizás la estrategia de Occidente era ayudarle a María Corina a conseguir las actas oficiales para de esa forma lograr demostrar que la dictadura había hecho trampa.
Pero el punto acá, la enseñanza para todos, es que una vez se sube el narco-comunismo al poder, es casi imposible sacarlo por vías democráticas. Y esa realidad preocupa de sobremanera, sobre todo en Colombia, porque la política de la envidia, la que destruyó a Venezuela y a Cuba, ha sido y seguirá siendo extremadamente efectiva. Es una política que corrompe y genera un nivel de violencia sin precedentes. Lo que está pasando en Venezuela hoy me obliga a publicar nuevamente una anécdota que me contaron hace 10 años y sobre la cual escribí una columna en este mismo diario el primero de Julio del 2014.
Acá va: “Un gran amigo venezolano me contó hace unos días una de las historias más terroríficas de delincuencia común que he oído en toda mi vida. Me contaba Antonio, mi amigo, que había estado visitando a sus padres en Caracas por unos días, y que una de las noches había aprovechado para salir a comer con unos conocidos. Entre otras cosas, esa noche, me dijo él, habían decidido pedir una botella de whisky. Al preguntar por el precio, el mesero no tuvo respuesta, pues el precio de la botella cambia cada 30 minutos, dependiendo de cómo se mueva la moneda paralela (tasa de cambio negra). Pero aquello es minucia. Lo que le contaron los amigos de Antonio a él es lo realmente escalofriante...Cuenta Antonio que al papá de un amigo de un amigo que vive en las Mercedes, uno de los mejores barrios de Caracas, se le habían metido los ladrones a la casa un domingo por la noche. Ante la cotidianidad de los atracos a las casas, el señor de la casa decidió tomar la actitud pragmática, para evitar que hubiera violencia en contra de él, su esposa, o de su hijo de 21 años. Invitó entonces a los atracadores a comer y a tomarse un whisky en la sala. Al compás del whisky y los sándwiches que les sirvió el señor a los criminales, los tipos le desocuparon la casa y la caja fuerte. Ya a punto de salir de la casa los atracadores, el jefe de la banda se voltea y le dice al dueño de la casa: “mira pana, muchas gracias por tu hospitalidad, muy buenos los sándwiches. Ahora, yo miro esta casa y veo que quedó desocupada, pero seguro que dentro de seis meses ya la tienes llena nuevamente y en un año ya seguro se te olvidó todo esto. Por lo tanto, me toca dejarte un detalle para que nunca se te olvide esta noche.” Acto seguido, el criminal saca su pistola y le pega un tiro en la cabeza al muchacho de 21 años ante un padre y una madre que miran en total desconcierto.”
Espero no equivocarme al argumentar que millones de personas que votaron por Gustavo Petro porque querían “un cambio”, y que porque “Uribe y los 6402, y quién dio la orden!” y toda esa sarta de sandeces, hoy en día son lo suficientemente lógicos para aceptar que se equivocaron y que el gobierno del Pacto Histórico ha sido un completo desastre. Quiero creer que los jóvenes que votaron por el romanticismo de tener un gobierno “ancestral” hoy entienden, ya que están más grandecitos y sin empleo, que adorar a la “Pachamama” no genera empleo digno. Pero también espero que los líderes de derecha logren entender que acá lo que realmente importa es evitar que el petrismo gane en el 2026, y por lo tanto es una obligación llegar a las elecciones con candidatos viables y no con candidatos que sean incapaces de cautivar el voto juvenil. La cosa es muy sencilla: Colombia es un país joven. Por lo tanto, es imposible ganar una elección sin cortejar aunque sea una parte del voto juvenil. Ojalá los que mandan lo entiendan. Ojo con el 2026.