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Uno de los errores más grandes que he cometido en mi carrera como economista lo cometí en 2016, unos meses después de que el entonces presidente Mauricio Macri hubiera asumido la presidencia de Argentina. En una entrevista en la sede del Nasdaq en NYC dije, palabras más, palabras menos, que el peso argentino se iba a mantener a niveles cercanos a $15 contra el dólar por varios años, gracias a las políticas promercado que seguramente iba a implementar durante su gestión el entonces presidente de Argentina. Contrario a mis pronósticos, para diciembre de 2018 el peso argentino ya había tocado $40 contra el dólar y el país había caído nuevamente en una crisis monetaria de inmensa envergadura.
Mirando en retrospectiva, mi error fue función de tres carencias fundamentales en mi análisis global. La primera, me la jugué sin tapujos para con la posibilidad de que Mauricio Macri lograra arreglar los desbalances fundamentales que habían dejado en la economía de Argentina más de una década ininterrumpida de gobiernos Kirchneristas. Eso fue un inmenso error, ya que sobre estimé la capacidad de gestión del gobierno de Macri, y también le asigné mucha probabilidad a la posibilidad de que el pueblo argentino aceptara pasar de un sentimiento de “subsidio” y “derechos” a uno de “responsabilidad personal” y de “no hay almuerzo gratis”.
Y, por último, no tuve en cuenta un componente fundamental de la vida: que la confianza, una vez se pierde, es casi imposible de recuperar. Un ejemplo claro: una vez ocurre una infidelidad en un matrimonio, la confianza se pierde, y la posibilidad de recuperarla es casi nula, pues el precedente es imposible de borrar.
Desafortunadamente para Colombia, el presidente Gustavo Petro es un líder que no entiende el valor de la confianza. Petro no entiende que sus palabras y sus ideas mesiánicas tienen efectos inmediatos en las expectativas de la gente y de los inversionistas. Por ejemplo, Petro piensa que al decir que se van a respetar los contratos de exploración petrolera vigente, pero que no se firmará ninguno más, el inversionista no tendrá reparo alguno en seguir trabajando en Colombia. Y también piensa que ponerle impuesto de renta a las regalías petroleras, algo que ningún otro país del mundo hace, no tendrá efecto porque las multinacionales están “ganando mucho dinero”. Un claro símil a esta actitud es el siguiente: que yo le hubiese dicho a mi esposa el día de nuestro matrimonio que prometía serle fiel mientras ella siguiese siendo igual de flaca y mientras no tuviese arrugas, pero que cuando llegase la vejez la cosa probablemente cambiaría. Lo más probable es que la relación no hubiese durado ni un solo año...
La cuestión es extremadamente sencilla: NO existe posibilidad alguna de que el peso colombiano logre recobrar el valor perdido mientras la administración de Petro siga manteniendo su brutal antagonismo versus la industria minero-energética, porque sin los recursos de ese sector será imposible financiar el déficit de cuenta corriente. Punto. Gracias a Dios la inflación en EE.UU. parece que ha comenzado a ceder, y eso seguramente ayudará a que los mercados globales se calmen un poco. Pero Petro y su equipo están jugando con fuego. Si nos quedamos sin dólares, el COP seguirá perdiendo valor, y en algún momento los colombianos dejarán de confiar en la capacidad del peso de mantener el poder adquisitivo de los ahorros. Y, como todos deberíamos entender, una vez se pierde esa confianza, no hay marcha atrás.