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La filósofa y novelista Ayn Rand le regaló a la humanidad una de sus mayores joyas del pensamiento con su novela “La Rebelión del Atlas”. En su extenso escrito Rand hace una defensa acérrima del libertarismo y de las bondades del libre mercado, una que ha marcado el pensamiento de mucha gente que le ha dejado mucho bien al mundo. Lo triste es que quizás por culpa de su extensión, o quizás por culpa de la pereza de la gente, muy pocos han conocido el pensamiento vanguardista de Rand.
Gran prueba de esto es el giro tan violento hacia la izquierda que se está manifestando en las nuevas generaciones. Quizás sea el hecho de que las nuevas generaciones no han tenido que luchar por las cosas de la forma como las generaciones anteriores tuvieron que hacerlo para salir adelante. Nunca antes en la historia la clase media había sido tan extensa, nunca antes se había visto tanto avance en la tecnología, nunca antes la pobreza había sido tan baja, y nunca antes el mundo había sido tan pacífico.
Pero todos estos avances, considero yo, están generando una desviación de valores en las nuevas generaciones. No es extraño hoy en día oír y leer que los jóvenes deciden no seguir ocupaciones económicas que generan amplias externalidades (benévolas) en la sociedad porque “el trabajo es muy intenso”. Es increíble cómo las nuevas generaciones ya no quieren “sacrificar” su tiempo libre trabajando, porque “eso no nos genera utilidad marginal”. Esta nueva “moda” es preocupante, porque la mejora en el estándar de vida de la que hoy gozan nuestros hijos está totalmente atada al inmenso esfuerzo que hicieron nuestros antepasados para dejarnos un mundo mejor.
Más preocupante aún es el hecho de que el hermano gemelo de esta nueva forma de ver la vida pareciera ser el proteccionismo. Hay que ver cómo aplauden los “millenials” cuando el candidato Bernie Sanders dice que Apple tiene que comenzar a construir los iPhones en EE.UU., o cuando el senador Sanders insulta a General Electric diciendo que esa compañía “viola la fábrica moral de los EE.UU.”, al producir parte de sus productos por fuera del país.
Preocupa porque demuestra una increíble incapacidad de la nuevas generaciones para concatenar el hecho inequívoco que cuando GE genera empleo por fuera de EE.UU., ese bienestar económico eventualmente se devuelve a la economía de EE.UU. vía mayores importaciones, o vía la decisión de ese empleado de GE en Malasia de llevar a sus niños a Disney para que conozcan a Mickey.
Que los políticos utilicen el proteccionismo como caballo de batalla es completamente esperado. Ahora, que la gente supuestamente educada sea tan incapaz de entender que si EE.UU. restringe las importaciones poniendo tarifas prohibitivas, los otros países van a reaccionar de la misma forma y, por lo tanto, van a colapsar las exportaciones de EE.UU. hacia el resto del mundo, demuestra que hay algo extremadamente mal con el sistema educativo. El concepto de una guerra de comercio no es difícil de entender, y tampoco es difícil de entender las graves consecuencias que una guerra de comercio le traería al mundo.
Ojalá que todos estos cantos de sirena se queden en solo ruido colateral. La alternativa sería el inicio de una mega guerra de comercio mundial. Y todos sabemos cómo terminan esas guerras. O bueno, el que no lo sepa, que haga la tarea de leer el por qué detrás del inicio de la gran depresión mundial de 1930.