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Cuando me senté a escribir esta columna vinieron a mí algunas preguntas válidas que pueden tener aquellos que me den la oportunidad de leerla. Una básica y fundamental: ¿Puedo yo, representante de una compañía de tabaco, hablar sobre por qué nuestros niños nunca deben consumir tabaco o nicotina en ninguna de sus formas? Además de trabajar en este sector, soy padre de familia y dentro de la compañía somos miles de padres de familia que no queremos, en ninguna circunstancia, que nuestros hijos se inicien en este perjudicial hábito.
Las razones son obvias y conocidas desde hace muchos años. Tiene para ellos un efecto altamente negativo en su salud.
Por lo anterior, como sociedad tenemos la responsabilidad de generar y promover lo que esté a nuestro alcance para que niños, niñas y adolescentes no accedan a este tipo de productos. Un punto de partida básico debería enfocarse en prohibir para menores de edad la venta de cigarrillos electrónicos/ vapeadores o productos de calentamiento de tabaco. De igual manera, los productos de tabaco y nicotina deberían contar con advertencias gráficas que permitan saber que son sólo para los adultos fumadores y que contienen nicotina, la cual no está libre de riesgos y es adictiva.
Sin embargo, en este mundo hiperconectado existen un sinnúmero de variables que como padres no controlamos y a las que se enfrentan los menores en su diario vivir. En estas circunstancias, la educación en casa se convierte en una herramienta fundamental de disuasión. No solo para este caso sino para cualquier otro tipo de comportamiento, pues es el único instrumento que provee un set de criterios y principios razonables provenientes de fuentes confiables para ellos – sus padres- que los guían a tomar las decisiones correctas.
Nosotros como representantes de la industria también tenemos un deber indiscutible: implementar mecanismos efectivos que garanticen el no acceso de menores a estos productos. En nuestro caso, además de promover su urgente regulación – y mientras eso se convierte en una realidad-, ya exigimos autónomamente la mayoría de edad, no usamos en nuestra comunicación personas menores a 25 años y tampoco utilizamos piezas relacionadas con la niñez o que contengan figuras atractivas para ellos.
En Colombia sí es posible tener un marco regulatorio que proteja efectivamente a nuestros menores y al mismo tiempo, les permita a los fumadores adultos saber que existen mejores alternativas – como los productos libres de combustión- que seguir con el cigarrillo. Parece entonces que el debate sobre ‘el vapeo’ – como erróneamente se ha generalizado - suele percibirse como una disputa entre dos posturas aparentemente incompatibles que esconde un consenso sobre el que todos insistimos: Colombia necesita ya una regulación específica y diferenciada.
Y ojo: tener una mala regulación puede ser peor que no tener nada, pues si no se aplican los incentivos correctos, se puede fomentar la creación de un mercado de contrabando que además de financiar el crimen organizado, poco y nada se preocupa porque estos productos no lleguen a niños, niñas y adolescentes.
Si algo entendemos los colombianos por nuestra historia es que el diálogo abierto y los acuerdos – construidos desde las discrepancias- son el camino propicio y efectivo hacia la construcción de un mejor país.