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Esta semana me senté a conversar con el cirujano plástico Juan Esteban Sierra, apreciado internacionalmente no solamente por su habilidad para manejar el bisturí, sino también por su rigor ético. Estaba interesado en explorar con él cómo la cirugía estética influye en la percepción que los pacientes tienen no solamente de su cuerpo sino también de su autoimagen. De hecho, en mi trabajo, lejos de utilizar bisturís, ayudar a una persona en consolidar, o hasta transformar, su autoconcepto equivale a escalar de manera potencial su rendimiento y lograr la plenitud. Mucho más que desarrollar simplemente nuevos hábitos, la transformación de la autoimagen marca un cambio duradero.
Efectivamente, me dijo el doctor Sierra, cuando un cirujano incide en el cuerpo termina incidiendo también en la personalidad de un paciente. La corrección de un labio leporino, o de una oreja exageradamente grande, pero también trabajos en el abdomen, la nariz, los senos o los ojos, puede devolverle a un paciente un sentido de autoestima y amor propio. Pero, precisa el cirujano estético de Medellín, el cambio externo acompaña y resalta un cambio que es primero que todo interno. El bisturí facilita, pero no sustituye, la transformación que los individuos tienen que hacer desde adentro hacia afuera. De hecho, sin este trabajo, la cirugía estética no tendría sus efectos en la personalidad y un paciente podría seguir sintiéndose inadecuado e insatisfecho.
Nuestro autoconcepto es el fruto de una construcción que cada uno de nosotros hace desde la infancia y a lo largo de la vida. Generalmente tiene una mezcla de cualidades positivas, negativas, y ambiguas, que son el reflejo de las creencias que desarrollamos con base en nuestras vivencias. Las experiencias, además que las evaluaciones que recibimos de las personas que nos rodean, comenzando con nuestros padres, tienen una gran incidencia en nuestro autoconcepto. Hechos y palabras afirmativas tienen un efecto de empoderamiento, y nos hacen sentir inteligentes, seguros, capaces, atractivos. Por el contrario, fracasos, juicios y rechazos, nos pueden afectar de manera negativa, percibiéndonos como insuficientes, incapaces, limitados, de poco mérito. Lo sé por experiencia, al ser víctima durante varios años del bullying de mis profesores de secundaria, quienes lograron minar mi autoestima; no solamente me sentí poco inteligente, sino que también feo. Logré reconstruirme gracias a experiencias que, con el tiempo, sanaron mi autoconcepto.
Junto a fortalezas tenemos una sombra, detrás de la cual se esconde la oportunidad de transformarnos y de consolidar nuestro autoconcepto. Lograr un alto rendimiento constante y los objetivos deseados requiere que no solamente nos enfoquemos en el desarrollo de habilidades y herramientas; requiere, primero que todo, un cambio y una expansión de nuestro autoconcepto. Solo entonces la transformación será permanente y la plenitud posible.