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La lucha por la excelencia te motiva; luchar por la perfección es desmoralizante. Así lo afirmaba el psicólogo y autor Harriet Braiker. En mi experiencia como coach empresarial, no es raro encontrarme con ejecutivos y gerentes que tienen un perfil perfeccionista en su manera de liderar y de organizar el trabajo. La diferencia entre perfeccionismo y excelencia es el grado de madurez ejecutiva.
La meta de los perfeccionistas es perfeccionar cada aspecto de su entorno. Además, los anima el tratar de lograr la perfección de ellos mismos y de las demás personas. Por eso, muchas veces, se vuelven muy críticos de sí mismos y de los demás, y dado que se ponen un estándar muy alto, los perfeccionistas se decepcionan con la realidad. Nada los satisface plenamente. Ven más lo que falta y no lo que se ha logrado. Es decir, ven el vaso medio vacío y no el vaso medio lleno. Además, pueden ser dogmáticos e inflexibles, y tienen expectativas inalcanzables. Dice el experto en liderazgo inteligente, John Mattone, “a medida que sus decepciones se acumulan inevitablemente, sus frustraciones se transforman en una ira universal por el estado imperfecto del mundo… Desafortunadamente, una energía agresiva y negativa termina consumiendo al perfeccionista”.
Eso pasa sobre todo en el caso de líderes que todavía no han desarrollado un alto nivel de madurez ejecutiva. De hecho, perfeccionistas maduros se convierten en líderes muy nobles. Guiados por un profundo sentido de los principios correctos y éticos. Generan confianza y son buenos en tomar decisiones. Además se distinguen por ser imparciales, justos y objetivos en su trato con las personas. Tienen objetivos realistas y no inalcanzables, ejercen la autodisciplina y siempre apoyan a los que tienen el mejor plan. “Los perfeccionistas maduros y predominantes también están en contacto con su humanidad”, dice Mattone, “y por eso toleran los limites propios y de los demás”. Vale entonces la pena preguntarse si al buscar la perfección también se promueve la excelencia, o si, por el contrario, se termina saboteándola.
De hecho, ésta es esencialmente la diferencia entre perfeccionismo y excelencia. El perfeccionismo no permite la experimentación, el aprendizaje, la capacidad de acoger lo desconocido. Todos sabemos que lo perfecto es enemigo de lo bueno, o por los menos de lo suficientemente bueno. Como dice la antropóloga Angeles Arrien, la diferencia entre perfeccionismo y excelencia es: “la voluntad de ser sorprendidos aprendiendo”. De hecho, la excelencia tiene que ver con crecimiento y madurez; es la voluntad de seguir mejorando. Finalmente, podríamos decir que el perfeccionista está enfocado en “hacer las cosas bien”, preocupado por las apariencias y por la opinión de los demás. Por el contrario, quien aspira a la excelencia está enfocado en hacer lo necesario, porque se concentra en el porqué de una tarea. Es decir, el líder que aspira a la excelencia está conectado con su propósito. Por eso, pasar del perfeccionismo a la excelencia favorece un alto rendimiento y la plenitud en la vida.