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Desánimo, desaliento y cansancio mental son los estados de ánimo que varios ejecutivos, me confesaron, han estado sintiendo en estos días. Después de más de cinco meses, los efectos del encierro prolongado se hacen sentir no solamente en la salud y en la economía, sino también a nivel psíquico y espiritual. ¿Cómo enfrentar este desafío? Últimamente he reflexionado sobre el hábito de los maestros espirituales de elegir un espacio para la soledad y la reflexión. Jesús solía retirarse al desierto, o a un jardín, o al mar. Buda se fue a donde el árbol Bodhi. Juana de Arco iba a un templo encima de una colina.
El Herican Baba de la India buscó una cueva en las montañas. Quetzalcoatl iba al árbol Tula en Oaxaca. Cada uno de estos líderes tenía un espacio sagrado donde lograban conectarse con la energía vital de la madre tierra. Para recargarnos durante estos tiempos difíciles es también importante para nosotros encontrar nuestro espacio, un santuario, donde nos podamos recargar energéticamente, aún si se trata de una esquina de nuestro apartamento.
La socióloga de Harvard Martha Beck, quien se hizo conocer en el mundo por sus libros de desarrollo personal y por ser la coach de vida de Oprah, me recordó en estos días que durante la Edad Media las iglesias eran un santuario donde cualquiera podía encontrar protección.
Una vez que entrabas a la iglesia y decías “¡Santuario!” te convertías en un intocable. Esta práctica se extendía también a los criminales; cuando se refugiaban en una iglesia, las fuerzas del orden no lo podían capturar, ni siquiera si se trataba de un asesino. En Inglaterra, además, la comunidad que no había logrado capturar al criminal tenía la obligación legal de mantenerlo a salvo e incluso alimentarlo hasta por 40 días. Esta tradición del santuario permitía retrasar cualquier decisión legal, y que las personas negociaran alternativas.
Esta noción de un espacio sagrado como refugio, que se encuentra en todas las culturas, es una extensión de la noción espiritual que dice que hay en cada uno de nosotros un santuario, un lugar sagrado y seguro, que nada ni nadie puede dañar. Hasta las personas que han padecido los traumas más profundos pueden encontrar maneras para acceder a este lugar donde reina una gran paz interior. El maestro de la meditación budista Chogyamn Trungpa habla de un “punto tierno y suave” que se encuentra en lo profundo de cada persona. Es cuando nos conectamos con este elemento original de nuestra vida que encontramos refugio de los malos tiempos.
Es un espacio en nuestro interior que podemos acceder en cualquier momento. Por eso, durante estos días difíciles, en la madrugada, antes de que se levante el sol, he desarrollado el hábito de sentarme en el balcón de la casa. Disfruto de un té caliente, observo el movimiento de las hojas de los árboles, escucho el canto de los pájaros, me enfoco en mi respiración lenta. Me confundo con la naturaleza. Me encuentro en paz.