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En los últimos debates presidenciales y en las manifestaciones de 2019 se escuchó recurrentemente, en la voz de algunos de sus participantes, que el país estaba en una mala situación debido a su modelo económico. Incluso afirmaron que estábamos en nuestro peor momento histórico. Sin embargo, las cifras lo contradicen.
El modelo “neoliberal” que muchos critican (no sé con qué tanto conocimiento sobre su funcionamiento) redujo la pobreza en Colombia de 54% en 1991 a 27% en 2018. Además, permitió elevar los niveles de cobertura en salud, que en 1995 alcanzaban solo 29% de la población y llegaron a 95% en 2019, significando casi cobertura plena, algo que algunos países ricos no tienen, y que ha sido fundamental en esta emergencia.
Visto así, lo ocurrido se parece más a un gran progreso socioeconómico en las últimas tres décadas, en contraste con el desastre que algunos quieren ver.
Evidentemente hay cosas por mejorar. La más notoria es tal vez la poca reducción en la desigualdad del ingreso, que se mide a través del coeficiente de Gini y que apenas cae de 0,546 en 1991 a 0,517 en 2018. Trabajar en este aspecto implica, más que cambiar de modelo económico, hacer toda una serie de reformas estructurales que lleven los frutos del trabajo de los últimos años a lo largo y ancho del país y su población.
Con la irrupción del covid-19 y el confinamiento aplicado con sus severas consecuencias económicas, sin duda aparecerán esas voces populistas que le achacarán al modelo de libre mercado ser la causa de todo lo que estamos viviendo. Esas voces olvidarán que los efectos de esta pandemia son transversales a todo el planeta, sin importar ideología económica; afectando países tan disímiles como China, Estados Unidos, Brasil o Irán, e insistirán en que la solución a todos nuestros problemas será destruir lo ganado en las últimas décadas.
La vacuna contra esas voces que repiten y repiten intentando volver realidad aquello que las cifras no corroboran, también la necesitamos. Para hacernos inmunes es importante hacer las reformas que permitan la dispersión de los beneficios de nuestro modelo económico a todos los rincones del país.
Estas reformas son bien conocidas, son temas que de por sí están sobrediagnosticados. Por destacar algunas de las más obvias, se requiere elevar la competencia de los mercados (profundizar la incompleta apertura de la economía), desatar los nudos gordianos que frenan la competitividad (reforma que agilice la justicia y legislación sobre consultas previas), abaratar el costo del trabajo formal (la reforma laboral) y conseguir los recursos para poder hacer la provisión de bienes públicos necesarios en un contexto de mayor progresividad del gasto público (reformas pensional y tributaria).
Cuando se plantea la implementación de estas reformas, muchos anotan “se debe pensar fuera de la caja” o “hay que hacerlas políticamente viables” sin decir más. Yo, por el contrario, pienso que la única forma de hacerlas viables es usar las cifras y los argumentos que ya existen para guiar una discusión ordenada y constructiva sobre su necesidad. Es el momento de la acción, no de la dilación. Si seguimos haciendo las cosas igual, esperando resultados diferentes, nos la cobran en 2022.
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P.D: Recibí con suma tristeza la noticia del fallecimiento de Roberto Junguito, faro del país y de varias generaciones de economistas. Compartí con él en muchos foros de Anif y, posteriormente, de Asobancaria en los que lideraba con entusiasmo, positivismo y un gran visión técnico-política los debates de política pública. Paz en su tumba y mis condolencias a su familia.