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El 14 de enero de 1987 el diario norteamericano The New York Times publicó un artículo en la sección editorial con un llamativo titular: ¿cuánto debe ser el salario mínimo? 0,00 dólares. Ese artículo, de uno de los diarios más influyentes de los Estados Unidos, declaraba que entre los economistas existe un consenso sobre el salario mínimo respecto a que su momento histórico ya concluyó. Además, decía el editorial que aumentar el salario mínimo en una cantidad sustancial ocasionaría que las personas pobres trabajarían fuera del mercado laboral.
En principio, el salario mínimo está diseñado para ganar casi lo suficiente para mantener a una familia de tres personas por encima del umbral “oficial” de pobreza. Sin embargo, hay consecuencias no buscadas con esa decisión: en primer lugar, aumenta los incentivos de los empleadores para evadir la ley, expandiendo aún más la economía informal; en segundo lugar, estimula el desempleo, pues eleva el precio mínimo legal del trabajo por encima de la productividad de los trabajadores menos calificados y, por tanto, se contrataría a menos personas.
Si un salario mínimo más alto significa menos empleos, ¿por qué permanece en la agenda de algunos políticos? El arte de la política económica requiere buscar no solo los efectos inmediatos, sino también los efectos a largo plazo de cualquier medida, y no solo para un grupo sino para todos los grupos de la población. En cambio, las ideologías políticas de cualquier signo tienden a satisfacer las necesidades del momento planteadas por los grupos que son capaces de convencer a la mayoría. Esta es la razón por la que los políticos se centran fundamentalmente en los efectos a corto plazo y los efectos sobre determinados grupos sociales. Es lo que sucede en el caso del salario mínimo. El político que no defienda su subida, sabe que le pasará factura en las siguientes elecciones.
Quizás el error es aceptar los términos en los que se plantea la discusión. Un mínimo más alto sin duda elevaría el nivel de vida de la mayoría de los trabajadores con salarios bajos. Ese beneficio, justificaría a priori el sacrificio de los que están desempleados que según las cifras oficiales es solamente el 9,5% de la población en edad de trabajar. Sin embargo, ese argumento no es convincente, pues omite que en Colombia la mayoría no tiene empleo formal y no recibe ese salario. Según el Dane, la proporción de empleo informal alcanza el 48%. Además, los que corren el mayor riesgo son los trabajadores que buscan un primer empleo, o sea, los más jóvenes y pobres que ya enfrentan enormes barreras y deben enfrentar adicionalmente la barrera del salario.
El salario mínimo no garantiza que haya más empleo. El salario mínimo solamente garantiza que aquellos que tienen un empleo recibirán al menos el mínimo. Como decía el profesor Paul Samuelson, ¿de qué le sirve a un joven saber que un empleador debe pagarle un salario mínimo, si el hecho de que se le pague ese salario le impide obtener un trabajo?
La idea de utilizar un salario mínimo para superar la pobreza es antigua, honorable pero defectuosa. Es hora de dejar atrás este gran debate y encontrar una mejor manera de mejorar las vidas de las personas que trabajan muy duro por muy poco.