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Conozco hace años a una ingeniera que se graduó de una de las mejores universidades de Europa y que, tras años de experiencia en varios países de distintos continentes, renunció a su prometedora vida profesional para dedicarse totalmente a su familia. Con el paso del tiempo, los niños fueron creciendo y, ahora, siente el deseo de volver a trabajar. Sin embargo, no es fácil porque el mercado laboral le está cobrando los años que estuvo alejada de su profesión.
Las mujeres que trabajan y son madres parecen estar atrapadas entre el trabajo y su vida familiar. Por lo general, se sienten obligadas a decidir entre una carrera profesional o la dedicación a los hijos, lo que supone una renuncia a un aspecto importante de sus vidas. No podemos olvidar que, desde hace más de un siglo, ellas han salido a trabajar fuera de su casa, mientras que los hombres todavía no han “entrado” del todo a trabajar en su casa.
En realidad, esta desigualdad en las cargas domésticas puede ser la principal barrera que encuentran las mujeres, pues limita y frena su capacidad. Incluso, las diferencias entre las responsabilidades asumidas por hombres y mujeres se hacen más grandes cuando llegan los hijos. Por eso, la desigualdad en la distribución de tareas lleva a las mujeres a renunciar a puestos de responsabilidad y les hace sentirse culpables por no llegar a todo: son juzgadas por no ser “buenas” madres o por no estar “comprometidas” con su trabajo.
Las mujeres al convertirse en madres renuncian a muchos de sus sueños profesionales. El equilibrio, tal vez, pasa por aceptar que nada es perfecto y que, si no se logra la perfección deseada, no pasa nada. Sin embargo, es posible corregir realmente esta desigualdad, pues la conciliación entre trabajo y familia comienza en el hogar.
Para conseguirlo, es necesario resolver el problema en equipo, entre los dos, porque la corresponsabilidad es, en definitiva, distribuir de manera justa los tiempos de vida de mujeres y hombres.
También hace falta que las empresas se involucren con medidas de conciliación que faciliten compartir las responsabilidades del cuidado de la casa y que las mujeres tengan más tiempo para desarrollarse como personas en otros ámbitos, no solo en el empleo. Y, por supuesto, es clave un nuevo marco legal que permita a las mujeres asumir la maternidad sin un coste personal ni económico.
Esos nuevos modelos y relaciones laborales deberían apostar por el equilibrio de la vida personal, familiar y laboral. Las empresas y sus directivos pueden superar las barreras autoimpuestas escuchando las necesidades de las personas de su equipo, eliminando los prejuicios y apostando por la confianza.
Las empresas deberían fomentar que los hombres asuman las mismas responsabilidades en el hogar y, para eso, se podrían plantear medidas de conciliación dirigidas tanto a hombres como mujeres. En este sentido, no podemos olvidar que los hijos no son solo de las madres, son de la familia y finalmente de la sociedad en general, porque los niños son el futuro de cualquier nación. No se trata de idealizar la maternidad, sino de señalar el valor social, económico y político que tiene.
Así que, ojalá pronto las mujeres dejen de estar penalizadas social y laboralmente cuando se convierten en madres, y que el mercado laboral les reconozca el servicio prestado a la sociedad por haber cuidado a sus hijos…