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El fútbol es un juego, un deporte, una afición, una competencia, un rato de ocio, una forma de compartir y de socializar, un espectáculo, un entretenimiento, una identidad, una emoción, una pasión… Pero, sin duda, también es un negocio que monetiza las pasiones de la sociedad. Por eso, aunque el fútbol comenzó siendo un deporte con un ingrediente de negocio, hoy es parte de la industria del entretenimiento.
El anuncio el pasado domingo de una Superliga europea generó un terremoto en el mundo del fútbol. Tres equipos italianos (Juventus, Inter y Milan), tres españoles (Real Madrid, Barcelona F.C. y Atlético de Madrid) y seis ingleses (Arsenal, Chelsea, Liverpool, Tottenham, Manchester United y Manchester City) se embarcaron en un mismo proyecto que a los pocos días comenzó a tambalearse.
Pese a las críticas de muchos aficionados y las fuertes presiones de la Uefa y de la Fifa contra esa docena de equipos, tuvo que ser una llamada del primer ministro británico, Boris Johnson, amonestando a los seis clubes “rebeldes” de la Premier League, la que desencadenó la desbandada. El gobierno británico amenazó con endurecer la normativa para fichar jugadores extranjeros gracias al Brexit y con implantar en Inglaterra una norma similar a la del 50+1 que rige en Alemania, dejando en poder de los aficionados las decisiones más importantes y el destino del club. Ante la posibilidad de ver reducida su capacidad de decisión en un negocio en el que han invertido cientos de millones de dólares, los propietarios de los seis grandes clubes de la Premier acabaron “bajándose” de la Superliga. El resto fue simplemente una reacción en cadena.
Paradójicamente, la Fifa y su filial para Europa la Uefa, son unas organizaciones suizas sin ánimo de lucro dueñas del monopolio de una de las mayores industrias globales, pues se confirieron a sí mismas en sus propios estatutos la potestad de autorizar y organizar las competiciones internacionales de fútbol profesional. De esta simple forma, y por medio de sanciones y prohibiciones, consiguen disuadir la llegada de nuevos competidores al mercado del fútbol y defender su posición de dominio. Incluso, la gestión de la Fifa no garantiza el cumplimiento de objetivos de interés general ni criterios transparentes que eviten la existencia de conflictos de interés como se pudo constatar con el conocido escándalo del Fifa Gate o la elección de Catar como sede del mundial de fútbol del 2022.
En realidad, la discusión de fondo está en el modelo de negocio: industria o deporte. Negocio o pasión. Por una parte, está el modelo norteamericano de la NFL donde se juega poco y se gana mucho; y, de otra parte, el modelo de la Uefa de más partidos, más TV, más patrocinio y, “por tanto”, más ingresos. Sin embargo, como dijo Juan Pablo Varsky, “mejorar el producto pasa por jugar menos” y, en ese caso, es imprescindible juntar a los mejores, aglutinar a la élite.
La Superliga era una buena idea y si no irrumpió en este momento, lo hará más adelante. Seguramente continuarán los ataques y las críticas orquestados por los que temen que se les acabe “su” negocio, pero es la única solución posible; es la inevitable evolución que se abre camino y el fútbol no es una excepción. Así funciona el libre mercado, mientras que en una economía planificada es el gobierno el que decide lo que debe existir.