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Una creciente tendencia global hacia soluciones alejadas del verdadero espíritu de la democracia, aunque sea corroborada por victorias electorales, basadas en posiciones populistas, nacionalistas o supuestamente progresistas, genera profunda incertidumbre sobre el futuro de la misma. Es una realidad que se está empezando a perder confianza en este sistema, en gran medida por los constantes escándalos de corrupción y la desconexión entre el discurso y los hechos en los diferentes Estados. No solo existen ya grandes dificultades globales, en las que más de la tercera parte de los Estados están sometidos a sistemas autoritarios y los que en otro importante número existen regímenes autoritarios disfrazados de Democracia. Y en los que existe el sistema democrático de manera legítima, se hace necesario reforzar urgentemente la credibilidad en las instituciones, con el fin de evitar caer en los riesgosos cantos de sirena que proponen algunos.
Los nuevos líderes de la democracia, en especial en estados como el nuestro en los cuales estamos en constante riesgo de perderla, deben hacer una apuesta profunda por cambios de fondo y forma, con el fin de recuperar la senda del único sistema que protege las libertades individuales y la propiedad privada sin cortapisa alguna, y así evitar la propagación de peligrosos liderazgos que, a través de las urnas, consoliden proyectos que nos desvíen del camino planteado para el progreso económico y social de la ciudadanía.
Por ello, se debe trabajar una agenda que sume profundos cambios en la acción estatal, para lo cual propongo que se trabaje en fortalecer los siguientes principios, que desarrollaré con mayor profundidad en posteriores capítulos:
1. Transparencia: la mejor forma de luchar contra la corrupción no es creando una normatividad más agresiva de sanciones contra los corruptos sino generando una cultura en la cual la transparencia de las actuaciones estatales sea la constante y no la excepción. No debe existir información reservada a los ciudadanos por parte de las autoridades, salvo contadísimas excepciones que además deben revisarse constantemente. La tecnología debe ser una herramienta que facilite aún más dicho control, de manera proactiva por el Estado. Y es la verdad, no la inagotable promesería, la mejor guía en la relación de los verdaderos líderes públicos.
2. Cercanía: íntimamente asociado a la transparencia, se debe fortalecer la comunicación entre las instituciones y la ciudadanía. Los líderes públicos deben mantener un contacto directo con los ciudadanos, sin intermediarios de ningún tipo, para conocer de viva voz la realidad de los problemas y los avances de la ejecución estatal. Igualmente, las redes sociales bien manejadas permiten multiplicar ese contacto y deben ser aprovechadas fructíferamente para el intercambio en tiempo real de ideas entre gobernantes y ciudadanía. Se requiere más Estado en las calles que en las oficinas. La descentralización es la solución.
3. Rendición de cuentas: los verdaderos jefes en la Democracia son los ciudadanos, y por ello se debe rendir cuentas permanentemente sobre la realidad su gestión. Además de una actualización permanente de indicadores aprovechando la tecnología, es de gran estímulo que los líderes públicos no se limiten a contar los avances positivos sino que también puedan tener capacidad autocrítica y contar sus retrocesos, con planes y tiempos concretos para superarlos.
4. Mérito: una buena sumatoria entre capacidad técnica y académica, liderazgo personal, responsabilidad ambiental y social, integridad ética y personal, entre varios factores, debe ser la fórmula para seleccionar los mejores servidores estatales. Se deben erradicar dañinas y antiguas prácticas basadas en el clientelismo, el servilismo y el amiguísimo, que han generado que la tramitología, la burocracia y la corrupción perneen profundamente una gran cantidad de instituciones del Estado.
5. Inclusión: en un mundo lleno de complejidades, es necesario implementar modelos incluyentes en el servicio público, en donde especialmente participen de manera real las mujeres y las nuevas generaciones en las tomas de decisiones más importantes para la sociedad. El servicio público debe dar garantías y beneficios para que esos sectores puedan hacer parte integral del mismo, haciendo una oferta atractiva y una posibilidad de carrera con proyección, así como generar mayores facilidades de transferencia entre los sectores público, privado y de las organizaciones no gubernamentales.
6. Renovación: las instituciones democráticas, especialmente las de elección popular, no pueden quedarse anquilosadas en la oferta que se hace de unos pocos nombres, que buscan perpetuarse en la toma de decisiones pese a no tener, en muchas ocasiones, trascendencia sobre la sociedad sino trabajar sólo para intereses particulares. Por ello, es importante que se permita decididamente el acceso de nuevos liderazgos a las instituciones más importantes de la sociedad, permitiendo que nuevas ideas y pensamientos refresquen las prácticas al interior de la Democracia.
7. Ejecución: cambiar realidades de manera positiva, eficiente y austera debe ser una obsesión del servicio público. Tal vez la más trascendente en un momento crítico de falta de credibilidad. Los ciudadanos se cansaron de los discursos y las promesas, y requieren líderes que se dediquen por completo a ejecutar políticas y obras que repercutan rápidamente en transformaciones económicas y sociales. Retrasos, sobrecostos y excusas son claramente perjudiciales para la confianza en las instituciones.
Apostarle a una institucionalidad renovadora, que genera cambios reales y prontos en la ciudadanía, debe ser la apuesta de los nuevos líderes públicos. La Democracia permanece en riesgo y está en nuestras manos lograr recuperar la confianza en ella. Estos principios, para desarrollar con mayor profundidad, pueden ayudar a ese propósito.