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Las ideologías son a las ideas, lo que la pornografía es al erotismo: reduccionismo, vulgarización y empobrecimiento.
Cuando las ideologías capturan lo privado, la privacidad de la persona se reduce a un individuo consumidor, la sociedad civil deviene en apéndice del mercado, y la comunidad desaparece.
Las ideologías privatistas consolida narrativas mercadocéntricas-estadofóbicas con una visión mecánica de la sociedad en la que ésta es reducida a sumatoria simple de individuos que persiguen intereses particulares en perspectiva utilitarista.
En no pocos casos, estas ideologías que algunos promueven como libertarias, se entreveran con discursos anarco-capitalistas.
Estas narrativas en muy pocos casos reconocen la diferencia sustancial que hay entre verdaderos empresarios y meros negociantes cazadores, legales o ilegales, de rentas.
La gran afectada de estas narrativas es la democracia liberal mientras que las derechas, cada vez menos diestras, cada vez más quietistas y arribistas, sacan pecho.
Cuando las ideologías capturan lo público, éste termina igualándose con el Estado y éste, a su vez, con burocracia y sobredosis regulatorias.
En estos contextos se encarna la visión estadocéntrica-mercadofóbica del ogro filantrópico, elefantiásico y lerdo, incapaz de verdadera fuerza y agilidad para la acción.
Un Estado que captura lo público suele mostrarse prepotente con la ciudadanía, con los empresarios, con los trabajadores y las personas de buena voluntad, al tiempo que impotente con los delincuentes.
En nombre de lo social y de la igualdad, esta ideología socava la autonomía de las diversas expresiones de la sociedad civil, deteriorando el principio de subsidiariedad, imponiendo subsidios que crean estructuras clientelistas de dependencia que entronizan a negociantes cazadores de las rentas públicas.
En esta narrativa, la persona desaparece en el colectivismo; la solidaridad es pájaro enjaulado, pesado deber de obligatorio y aburrido cumplimiento y no ese derecho que puedan ejercer de manera autónoma las personas y organizaciones civiles para participar en la gestión de temas de interés social y comunitario.
La gran afectada de estas narrativas es la socialdemocracia mientras que las izquierdas, cada vez más siniestras, resentidas y pseudo revolucionarias, se pavonean.
¿Cómo salir del corcho en remolino que imponen los manejos ideológicos de lo privado y lo público a las democracias actuales?
Declarando el bien común como horizonte; la dignidad de la persona como principio; la autonomía, la subsidiariedad y la digna diversidad como criterios; la solidaridad como ética; la vida como estética y la democracia sostenible como camino.
El bien común no deroga ni lo privado ni lo público; los acoge, los teje y los potencia.
Una democracia sostenible ha de ser competente para lograr sostenibilidad económica, social, ambiental, tecnológica, energética, alimentaria, así como capaz de seguridad, convivencia y justicia sostenible.
El bien común y la democracia sostenible aportan café, leche y sabor a esas posturas de centro descafeinadas, deslactosadas e insípidas.
La visión comunitaria de persona, sociedad y Estado, en función del bien común, es fundamental para el desarrollo doctrinal de la democracia sostenible.