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La Semana Santa es ocasión propicia para que personas de buena voluntad, y ciertamente católicos practicantes, reflexionemos sobre la Colombia de hoy, esa trama contextual espacio temporal que nos liga y pertenece a todos, que interpela y convoca a discernir y tomar opciones éticas, estéticas, axiológicas, económicas, culturales, políticas y de praxis comunicativa, que revelen los caminos para alcanzar una comunidad de propósito como país y una comunión de sentido como nación.
Como cristiano católico me veo en la necesidad de interpretar con sentido de realidad lo que está aconteciendo, las confusas señales, las grandes incertidumbres, las múltiples miradas en evidente contradicción y choque, el laberinto de valores, la torre de babel y la trama de voces supremacistas que se arrogan para sí la encarnación de lo bueno, lo bello, lo verdadero, lo inteligente, lo honesto y lo sensato y dejan a los otros los calificativos estigmatizadores de malos, feos, falsos, brutos, corruptos e insensatos.
Al mismo tiempo, como cristiano católico, esa opción de lectura realista de lo que acontece sería vacua, inocua e inicua, si no empeñara mi voluntad y mis opciones existenciales , en el propósito de encontrar motivos de esperanza, representaciones y narrativas generadoras de sentido, anuncios útiles para actualizar los potenciales del mayoritario pueblo colombiano honesto, pacífico, laborioso y emprendedor.
Los colombianos estamos llamados a limpiar la comunicación social y política, hoy atrapada por las lógicas de la polarización, llena de toxicidades, suspicacias, infamias, fake news, prejuicios, irresponsabilidades parapetadas en el anómico ejercicio de la libre expresión. En materia de comunicación social y política, la estética de las palabras y los gestos preceden a la ética de los actos.
Colombia tiene confusión de narrativas y visión en lo que refiere a su consolidación de comunidad de propósito como país. No hay políticas de estado capaces de hilar acciones de los gobiernos en escenarios nacionales, regionales y locales. El dialogo y la acción público-privada se ha llenado de bombas molotov con fuerte capacidad erosiva.
Las identidades de ciertos grupos poblacionales, lejos de consolidar un ambiente de digna diversidad, dan pie para que algunas identidades crean tener al mismo tiempo más derechos y menos deberes que otros ciudadanos colombianos. Sobredosis de partidos políticos y jurisdicciones especiales fragmentan la democracia y la justicia.
La comunión de sentido como nación ha perdido terreno y el pundonor nacional se encuentra malherido; la patria exige una alquimia que restaure su legítima dignidad, su sano orgullo, un sentido del ser y del estar, que permita la experiencia de un país con un destino anhelado e inspirador, capaz de religar a todos sus estamentos y habitantes.
Optar por Colombia es un acto de fe y fe no es creer en lo que no se ve, fe es crear lo que no se ve. Fe en el bien común como horizonte, en la solidaridad como ética, en la vida como estética, en la autonomía y la sostenibilidad como criterios, en el Estado y el mercado como medios, y en más y mejor democracia como camino.