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Las realidades globales , del vecindario, así como las domésticas, permiten pensar, sin forzados argumentos, que la sostenibilidad democrática en Colombia enfrenta un complejo mapa de riesgos que evidentemente necesitan ser mitigados, si no queremos sentir y constatar que el patrimonio democrático se nos diluye como agua entre las manos.
Mitigar esos riesgos no se reduce únicamente a los aspectos procedimentales, normativos y de técnica electoral de corto plazo, necesarios sin lugar a dudas, pero nunca suficientes.
La vida democrática de una comunidad política también responde a un conjunto de actitudes, hábitos y valores que necesitan encarnar en la vida cotidiana de las personas, las comunidades, los vecindarios, las iglesias, las empresas, las instituciones educativas de formación básica, media y superior, los medios de comunicación, los gremios, sindicatos y partidos políticos, expresiones todas ellas, de la comunidad y sociedad civil.
Igualmente, también hay actitudes, hábitos y valores claves para regular las relaciones entre las ramas del poder público, los organismos de control, organismos técnicos en el diseño de políticas públicas y diversas entidades territoriales, todas las cuales configuran la vida institucional y estatal de una sociedad con vocación republicana.
Democracia y autonomía tienen una relación directamente proporcional; a mayor democracia más espacios de autonomía, a menor democracia menos espacios de autonomía.
La autonomía tiene expresiones en el ámbito de la comunidad y sociedad civil e institucional.
El ejercicio responsable de las autonomías entraña discernimiento, templanza, forjada voluntad, acciones consecuentes y prudencia, por parte de sus titulares.
Una autonomía reivindicada con estridencias y altanerías que no se ejerce con sentido de bien común, no es una autonomía edificante para la sostenibilidad democrática.
Un gobierno que amenaza las autonomías acusa líbido autoritaria y totalitaria.
Una democracia donde el poder arbitrario desplaza a las autoridades legítimas, y la obediencia inteligente cede ante los servilismos acríticos, está en peligro.
Una democracia en la que el libertinaje desplaza la libertad y la autonomía, el igualitarismo desplaza la equidad y la digna diversidad, y la fraternidad deviene en sectarismos que opacan la experiencia de solidaridad, esta incursa en su propio laberinto y en su propia torre de babel.
Allí donde la corrupción se salió de sus “justas proporciones” y devino en normalidad hasta llegar a ganar el status de “política de Estado”, la democracia está en enfermedad grave, y se complican más sus signos vitales, cuando los violentos terminan imponiendo sus caprichos y voluntarismos aupados por un Estado y un gobierno cada vez más prepotente con la ciudadanía y cada vez más impotente con los criminales de la violencia y la corrupción.
Sin duda la democracia colombiana necesita un revulsivo ético, estético y comunicacional si anhelamos consolidar una comunidad de propósito como país y una comunión de sentido como nación.
Hay que hablar de virtudes democráticas sin sonrojarse, sin sentir vergüenza, sin arredrarse; ello exige fe, templanza y fortaleza, más y mejor democracia es una empresa espiritual.