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“Morir es una costumbre que sabe tener la gente” es un verso de Borges en su Milonga de Manuel Flores. El Papa Francisco, con dignidad y pundonor, adhirió a la sentencia poética de su amigo Borges, después de una intensa vida pastoral, no exenta de polémicas e interpretaciones polarizadas sobre su legado.
Cristiano como soy de religión y de confesión católica, debo expresar que me conmovió el Papa Francisco, cuando por primera vez se dirigió a la feligresía en la Plaza de San Pedro para solicitar de ésta su bendición antes de proceder a dar la suya. Fue un acto fascinante y paradigmático. También me conmovió el pasado domingo de resurrección, diezmado físicamente como estaba, verle deseando felices pascuas a la feligresía.
Ambos gestos, iniciando su pontificado y a pocas horas de su muerte, muestran fidelidad al pueblo católico. Lo del Papa Francisco fue la teología del pueblo, no la teología de la liberación; fue reiteradamente crítico con esta última. Francisco, emulando sus antecesores hizo dos aportes al pensamiento social de la Iglesia con sus encíclicas Laudato Si y Fratelli Tutti.
En Fratelli Tutti, el Papa Francisco, amante de la categoría pueblo, tiene buen cuidado de invitar a la comunidad católica y a personas de buena voluntad a diferenciar entre lo auténticamente popular, que reivindica como realidad edificante, y el populismo, realidad que el Papa reconoce con gran capacidad corrosiva para la convivencia democrática.
Invito al lector a leer el capítulo V de la citada encíclica, titulado “La mejor política”, numerales 154 a169 , en los que el Papa Francisco se refiere a la necesaria relación entre lo privado y lo público, rescata valores comunitarios y de bien común, critica fórmulas individualistas, reivindica el trabajo como fuente de autonomía y dignidad y afirma que el “insano populismo” es la “habilidad de alguien para cautivar en orden a instrumentalizar políticamente la cultura de un pueblo, con cualquier signo ideológico, al servicio de su proyecto personal y de su perpetuación en el poder…exacerbando las inclinaciones más bajas y egoístas de algunos sectores de la población…que se agrava cuando se convierte, con formas groseras o sutiles, en un avasallamiento de las instituciones y de la legalidad”.
Esta reflexión es de gran pertinencia para países cuyas democracias, Colombia entre ellas, se ven erosionadas por caudillismos mesiánicos populistas, que usan a manera de pretextos para sus prédicas y acciones, problemas complejos que no resisten soluciones simplistas y reduccionistas, que esos mismos caudillos proponen, como son la pobreza, la corrupción, el cambio climático, la inseguridad y la migración entre otros.
Fratelli Tutti y Laudato Si, del Papa Francisco, y encíclicas como Sollicitudo Rei Socialis, Laborem Excersens, Centesimus Anus de Juan Pablo II, Caritas In Veritate de Benedicto XVI, contribuyen, desde una “teología de la solidaridad y el bien común”, a crear condiciones para democracias sostenibles.
En la próxima columna escribiré sobre Jesús como paradigma de lo popular y Judas como paradigma del populismo, reflexión clave para el mundo democrático cristiano en general y para Colombia en particular.