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Suelo afirmar que la estética de las palabras precede a la ética de las acciones.
Mi intuición empieza a sugerirme que debo ampliar esa frase en los siguientes términos: la estética de las palabras, de los símbolos y los gestos, precede a la ética de las acciones
Una agenda sistemática y metódica de caos incluye actos deliberados que apuntan a degradar símbolos, gestos y palabras.
Los símbolos, gestos y palabras pueden crear comunidad de propósito y comunión de sentido cuando se expresan de manera edificante; en su faceta destructiva, símbolos, gestos y palabras intoxican y deterioran la comunicación social y política.
No es un tema menor que, en los inicios de este gobierno, se hayan disminuido las intensidades cromáticas de los logos institucionales de Presidencia, ministerios y entidades descentralizadas del orden nacional; es una forma de ir opacando y decolorando lo que representan dichas instituciones y sus reales significados sociales.
Un sombrero de un exguerrillero que ciertamente firmó un acuerdo de paz, bien puede ser un objeto de museo particular que legítimamente puede ser promovido por sus admiradores, pero de allí a imponerlo como símbolo o signo referencial para toda una comunidad nacional, es ciertamente un símbolo y un gesto con evidentes pretensiones autoritarias.
No es un hecho casual y anecdótico los reiterados gestos de incumplimientos en la agenda de diversos foros y audiencias, por parte de personas que representan una dignidad pública ante foros expectantes de interacción sobre temas de interés común.
Alcaldes, gobernadores, personeros, líderes gremiales, miembros de las Ffaa y grupos comunitarios, se han visto despreciados por representantes del gobierno y es evidente que el mal ejemplo empieza por la cabeza.
¿Cuántas palabras proferidas con tono generalista, descalificador y polarizador? No hay día de tregua en estas perniciosas prácticas. Empresarios, militares, policías, medios de comunicación, terminan siendo objeto de descalificaciones supremacistas de aquellos que tendenciosamente apelan a lo popular y al pueblo, solo para agenciar protervas intenciones populistas.
¿Le cabe responsabilidad exclusiva a los altos funcionarios gubernamentales en estos despropósitos? Ciertamente no. La responsabilidad de velar, cuidar y cualificar símbolos, gestos y palabras en aras de una convivencia social es tarea de todos, para trabajar entre todos y para beneficio de todos, pero también es menester recordar que la dignidad, obliga, la condición de servidor público impone responsabilidades superiores que las que le caben al promedio de los ciudadanos.
El laberinto de valores y torre de Babel por entre los que transita Colombia impone, al mismo tiempo, retos éticos, estéticos, semánticos, semióticos y semiológicos; temas que suenan complejos y en los que, sin duda, necesitamos la luz de expertos, pero temas que necesitamos hacer cotidianos y al alcance de cada uno de nuestros compatriotas.
Optar por Colombia y generar condiciones sostenibles para compartir patria, exige consensos y compromisos de acción alrededor de aquellos símbolos, gestos y palabras que edifiquen nuestra vida comunitaria, social y política.