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Con ánimo pedagógico se puede afirmar que en relación con escuelas políticas y económicas:
1) El principio de libertad remite a doctrinas liberales de antropología individualista, promotoras del laicismo - en algunos casos de anticlericalismo -, defensoras del mercado como institución natural y de la propiedad privada como valor absoluto.
2) El principio de igualdad remite a doctrinas socialistas, antropologías y sociologías colectivistas, más anticlericales que laicas, promotoras del Estado interventor omnipresente, monopolio de lo social, defensoras de la propiedad pública y de la función social de la propiedad.
3) Los principios de orden y autoridad remiten a doctrinas conservadoras, tradicionalistas, de sujetos antropológicos sometidos a reglas inflexibles de origen divino, clerical, y/o estatal absolutista, amigas del status quo y afectas a las aristocracias, resistentes a cambios en lo que atañe a relaciones sociales, económicas y políticas.
En tiempos que corren y diversas latitudes, como Latinoamérica y Colombia, los anteriores cuerpos de doctrina juegan papel protagónico en la construcción de narrativas y materialización de prácticas políticas, económicas, sociales, ambientales y culturales; lo hacen con diversos matices, grados de radicalidad y moderación, y en no pocos casos, mimetizadas en abigarrados sincretismos.
En medio de estos contextos, de alta complejidad y con fuerzas centrifugas y fragmentadoras de los procesos políticos, económicos, culturales y sociales, emerge la solidaridad como principio ético con miradas y rutas de acción alternativas.
Como principio ético, la solidaridad es capaz de valorar y promover la libertad responsable, sin libertinajes; la digna diversidad, sin igualitarismos, y los órdenes flexibles y autoridades legítimas, sin avalar quietismos, verticalismos y autoritarismos arbitrarios.
La ética de la solidaridad, como derecho que se ejerce de manera autónoma y sostenible, con momentos de caridad, justicia y liberación, tiene en el bien común un horizonte inspirador, capaz de abrazar y trascender los dualismos excluyentes entre lo público vs lo privado, los bienes privados vs los bienes públicos. El comunitarismo es el correlato político de la solidaridad como ética.
La ética de la solidaridad reconoce en la persona, y su concomitante dignidad, el principio y fin antropológico de su quehacer; la persona incluye y trasciende al individuo en lo privado, al ciudadano en lo público y a la criatura en la dimensión sagrada; la persona supera sectarismos identitarios que asumen que su propia identidad implica, más derechos y menos deberes, que los que corresponden a otros grupos humanos y ciudadanos.
La estética aliada de una ética de la solidaridad es la del cuidado de la vida en todas sus manifestaciones, formas potenciales y actualizaciones materiales.
La ética de la solidaridad reconoce al Estado, al mercado y a la economía solidaria, social y popular, como medios y no como fines; tiene vocación por la sostenibilidad; su camino de realización está ligado a crear más y mejor democracia, una democracia garante de la autonomía de las personas y organizaciones de la comunidad y sociedad civil, sin populismos ni caudillismos.