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Vivimos tiempos histéricos. Ondas de paranoia colectiva abrazan a la humanidad de forma cada vez más frecuente e intensa. Recuerdo sin esfuerzo tres tsunamis mediáticos que en los últimos 12 meses dominaron los titulares alrededor del mundo y monopolizaron una de las herramientas más eficientes que conoce el ser humano para conseguir lo que quiere: el miedo.
Primero, Greta Thunberg con su “¡how dare you!”, después fue el turno del Amazonas en llamas, y ahora, el mundo está sumergido en la histeria colectiva del Covid-19: la más reciente plaga que amenaza con llevarnos a la extinción de forma inexorable.
No sólo la cantidad de información sobre el avance de la dolencia como también el talante alarmista exhibido por los medios de comunicación en todo el planeta vienen generando una bola de nieve digna de blockbuster apocalíptico: primero, las restricciones para todo lo que entra y sale de China; en consecuencia viene la caída de la demanda global de commodities; después, las bolsas del mundo tambalean y en seguida los precios del petróleo se desploman, lo que termina de derrumbar los precios de las acciones. La humanidad aturdida asiste a esta especie de serie de terror, en capítulos diarios que nos alertan sobre como la enfermedad está cada vez más cerca, recuenta el número de contagios y muertos y deja en el aire la sensación de que mañana yo puedo ser parte de la estadística.
Pues bien, yo personalmente creo que la reacción del mundo frente al nuevo coronavirus es desproporcionada. Este macabro efecto dominó a pesar de estar enriqueciendo a muchos, tiene un principal gran beneficiario: China.
Resulta que el gigante asiático viene luchando durante los últimos meses contra fuertes presiones inflacionarias. El 5,4% actual representa la más alta inflación de los últimos 10 años. Para empeorar, el país asumió el compromiso de importar por lo menos US$200.000 millones de Estados Unidos en los próximos dos años y su moneda permanece desvalorizada frente al dólar. O sea, un aumento de la demanda interna sería actualmente para la China desastroso en términos macroeconómicos.
¿Qué pasó? ¡Voilà! A finales de enero el gobierno cancela en buena parte de su territorio los eventos del año nuevo chino, período de mayor consumo de las familias en el país asiático. China: 1, inflación: 0. Con el pasar de los días el virus se va diseminando y de nuevo ¡voilà! El gobierno expande las áreas de cuarentena y manda a sus ciudadanos a permanecer resguardados en sus viviendas. China: 2, inflación: 0. Después de que la enfermedad traspasa las fronteras y los mercados presienten la desaceleración global, los precios de las commodities se derriten. ¿A quién le conviene? ¡Al más grande importador de productos agrícolas del mundo! China: 3, inflación: 0. El más reciente episodio de esta saga es la falta de acuerdo entre países miembros de la Opep y Rusia, lo que derrumbó el precio del petróleo a su nivel más bajo de los últimos 16 años. China: 4, inflación: 0.
Habrá quien diga que el impacto negativo del coronavirus en el crecimiento económico de China no justificaría un plano tan rebuscado para controlar la inflación. Pues bien, a lo largo de las últimas dos décadas los principales brotes de virus mortales impactaron a la China sin que su crecimiento económico se viera comprometido. Fue el caso de la gripe aviar en 2004, la gripe porcina en 2009 y la fiebre porcina africana en 2018, cuando el PIB del gigante asiático creció 9,1%, 9,1% y 6,9%, respectivamente.
No hay como probar que la actual crisis haya sido premeditada, pero no me cabe la menor duda de que entre sumas y restas, el saldo para los chinos es positivo. No sería la primera vez ni la última que el gobierno chino toma decisiones de riesgo con final feliz. Al fin y al cabo, cuando está escrita en chino, la palabra crisis es compuesta por dos caracteres: uno representa peligro y el otro representa oportunidad.