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Esta semana se cumplen 14 años de la muerte de Milton Friedman, premio nobel de Economía en 1976 y sin duda uno de los más importantes pensadores económicos del siglo XX.
Friedman fue el autor de una de las frases que mejor resumen la esencia del liberalismo económico: “La sociedad que antepone la igualdad a la libertad termina sin ninguna de las dos”.
Como uno de los principales exponentes de los Chicago Boys, sus métodos e ideas no solo tuvieron profundo impacto en su natal Estados Unidos, sino que trascendieron fronteras, transformando, por ejemplo, un Chile en ruinas de comienzos de los 70’s en una potencia económica hemisférica. Pero dentro de un legado académico y práctico tan amplio y robusto hay una brillante abstracción de Friedman de profundidad y belleza apenas superadas por su sencillez. Se trata de sus reflexiones sobre las cuatro formas de gastar dinero.
Según Friedman la primera de las cuatro alternativas es gastar mi propio dinero en beneficio de mi mismo. En este caso tengo el incentivo de maximizar la calidad de lo que estoy comprando, pero tengo cuidado en gastar el dinero de forma eficiente, o sea, hay una auténtica búsqueda por optimizar la relación costo-beneficio. En general, esta es la forma como las empresas del sector privado actúan.
La segunda alternativa es gastar mi dinero en beneficio de otra persona. En este caso claramente me preocupa la cantidad de dinero que estoy gastando, sin embargo, a diferencia del caso anterior, ahora no tengo un vínculo emocional con el beneficio final. Por lo tanto, consciente o inconscientemente, estoy menos interesado en la calidad del producto. En otras palabras, le doy prioridad a la reducción del costo en detrimento del beneficio.
La tercera forma es gastar el dinero de otros conmigo mismo. Un buen ejemplo es cuando te invitan al restaurante que quieras y puedes pedir lo que desees. En este caso no hay ningún incentivo para la frugalidad. La prioridad es maximizar el beneficio. La consecuencia es buena calidad a un alto costo.
La alternativa final es gastar el dinero ajeno en beneficio de otras personas. En este caso no tengo motivos objetivos para preocuparme por el costo ni tampoco por la calidad del resultado. La consecuencia lógica es una calidad deficiente del resultado a un alto costo. Esta es precisamente la manera como el gobierno gasta el dinero de los contribuyentes: devolviendo a la sociedad apenas una pequeña porción del valor que podría potencialmente restituir.
La realidad confirma crudamente las conclusiones de esta reflexión: el sector público es en general un pésimo administrador de recursos económicos. Por eso la sociedad tiene que ser muy crítica con políticos que defienden modelos económicos que se sustentan en el aumento del tamaño del estado. El sector público no existe para generar crecimiento ni desarrollo económico. Quien hace girar los engranajes económicos de la sociedad es la iniciativa privada articulada en las leyes del mercado.
Apreciado lector: ¿cuál es su opinión general sobre nuestros políticos? ¿Los considera virtuosos, honestos, justos y sabios? No olvide que son ellos los que conducen las instituciones públicas. Tenga esto muy presente cuando vaya a elegir entre quien defiende un Estado grande y quien anhela uno pequeño.