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Cuenta el libro del Éxodo que fueron 10 las plagas que asolaron a Egipto. La última y definitiva fue la sombra de muerte que abrazó a todos los primogénitos del gran imperio y tras la cual el poderoso faraón, postrado frente al cadáver aún tibio de su hijo, accedió a liberar al pueblo hebreo del yugo de su dominación.
Yavhé orientó a Moisés sobre cómo proteger a su pueblo durante la noche de su inexorable acción: “sacrificareis un cordero joven al caer la noche y tomareis luego un poco de su sangre y la untareis en los dos postes y en el dintel de la puerta de casa…La sangre servirá para señalar las viviendas donde os encontréis, pues al verla pasaré de largo. Así, cuando hiera yo de muerte a los egipcios, no os tocará ninguna plaga destructora”.
El Pésaj o Pascua judía significa en hebreo “pasar de largo” y conmemora justamente este pasaje histórico. En su versión tradicional, esta festividad exigía que cada hogar judío albergara durante cinco días a un corderito de un año de edad, al cabo de los cuales era sacrificado en presencia de todos los miembros de la familia.
Los cinco días de convivencia eran suficientes para que tanto niños como adultos crearan un lazo de afecto con el animalito, lo que hacía de su inmolación un evento doloroso…y el objetivo era precisamente ese, pues en términos simbólicos la Pascua judía representa la liberación del espíritu, la cual obligatoriamente implica renuncia. La Pascua nos invita pues a la renovación a cambio de un sacrifico.
En estos nuevos tiempos de plaga, el mensaje de la Pascua está más vigente que nunca, no sólo en el plano de lo místico sino también en lo mundano: para alcanzar ese nuevo mundo pospandémico todos tendremos que hacer sacrificios. Es pueril pensar a esta altura que alguien en el mundo va a salir ileso.
El sacrificio más inmediato y evidente que la humanidad ya está ofreciendo se calcula en número de vidas perdidas, que es acompañado por otro incuantificable, que viene en forma de dolor, lágrimas y luto.
Después vendrá para todo el mundo el sacrificio económico, que desde nuestra actual perspectiva es imposible valorar o estimar por cuanto tiempo se instalará. El sacrifico económico que nos espera alimentará sin duda otra serie de plagas ya conocidas por nuestro continente: pobreza, violencia, delincuencia, salud deficiente, educación pobre e infraestructura atrasada.
Algunos pueblos renunciarán a derechos y libertades a favor de líderes que prometan a cambio el control eficiente y centralizado del virus. Renuncias que serán anunciadas como temporarias se irán perpetuando bajo diversos pretextos cuando las naciones no permanezcan vigilantes a las intenciones autoritarias de sus mandatarios.
Y los gobernantes evidentemente sacrificarán capital político. En tiempos sin parangón la toma de decisiones es difícil e incierta, sin embargo, obligatoria como nunca para quieres lideran naciones.
Independientemente de los resultados, serán las voces de sus opositores las que durante los próximos meses o años hablarán más alto y capitalizarán cada una de las perdidas, hayan sido estas inevitables o no. Solo la perspectiva que da el tiempo, valorará ecuánimemente los errores y aciertos de nuestros líderes y hará justicia a sus decisiones.