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Hay dos versiones de Colombia que se oyen todo el tiempo, y que se contradicen. Como en Dickens, parece que estamos en el “mejor de los tiempos, en el peor de los tiempos, en la era de la sabiduría, en la era de la necedad, en la época de la fe, en la época de la incredulidad, en la temporada de la luz, en la temporada de la oscuridad, en la primavera de la esperanza, en el invierno de la desesperación”.
La que cuentan Gustavo Petro y Francia Márquez empieza diciendo que en Colombia no hay una democracia. La Constitución de 1991, que abrió las instituciones para poblaciones indígenas, afrocolombianas, y para grupos políticos que habían sido históricamente excluidos o prohibidos es, en esta versión, una Constitución fallida, que no cumplió su cometido, a pesar de que el M-19, guerrilla y movimiento al que Petro perteneció, haya sido la segunda fuerza en la Asamblea Constituyente, y de que Gustavo Petro haya tenido cargos públicos desde diciembre de 1991, cuando fue elegido representante a la Cámara. Para Petro, los últimos treinta años de la historia de Colombia han sido un desastre. Colombia es un país gobernado “por mafias corruptas y asesinas” o, en palabras de Francia Márquez, por una “política de muerte” que no les ha permitido a las mayorías vivir en dignidad.
En esta historia de Colombia, en esta versión de los dos países, la violencia ha aumentado, la población está peor que hace treinta años, más abandonada por el Estado, menos educada y con menor acceso a salud de calidad. Las instituciones públicas y los partidos políticos, las empresas, los colegios y las universidades les han dado la espalda a la gente, privilegiando a poquísimas personas.
Hay otra versión de Colombia. Es una que dice que Colombia es un caso de éxito económico, social y político. Según esta, las mismas instituciones y las mismas élites que critican Petro y sus compañeros han transformado el acceso a la salud de los colombianos a través de la jurisprudencia de la Corte Constitucional y de políticas ambiciosas que han hecho que la mortalidad infantil se haya reducido de 35 muertes por cada 1.000 nacimientos en 1990 a 13 por cada 1000 en 2020. La expectativa de vida ha aumentado casi ocho años, y la cobertura del sistema de educación es casi completa. En esta versión de Colombia, hay una democracia relativamente funcional que, aunque con muchos desafíos, logra garantizar pluralismo y representatividad. En esta historia, las instituciones han logrado desmovilizar a dos grupos criminales enormes y han logrado reformarse a través de mecanismos institucionales. Aunque con deficiencias, esta versión dice que Colombia, a pesar del grosero incremento de la desigualdad, es una historia de éxito en materia económica y de lucha contra la pobreza, en seguridad y en política de paz.
Por supuesto, estas dos versiones tienen algo de verdad. La segunda es la verdad de los números grandes, del progreso de largo plazo, de la comparación entre la situación de las abuelas y de las nietas. Es la versión de Colombia de la que habla Alejandro Gaviria cuando habla del “reformismo”, y a la que se refieren los tecnócratas de Colombia.
La versión de Petro es una tan exagerada que es inverosímil (de hecho, su propia vida –la del hijo de profesores de colegio que se volvió guerrillero y después político y que está a punto de ser presidente– contradice esa versión). Mucho de verdad, sin embargo, tiene la versión de Colombia que cuenta Francia Márquez. Márquez ha asumido la voz de “los nadie”: de esas personas y poblaciones que no han visto que su vida mejore como muestran las cifras. Ella habla de las mujeres que han visto a sus hijos o esposos morir asesinados a pesar de que las cifras de violencia han mejorado, de los desplazados que han tenido que escapar al hambre aunque el hambre haya disminuido en Colombia, de los afrocolombianos e indígenas que no tienen colegios de calidad. Márquez nos recuerda que siempre que vemos una estadística, hay gente que está por encima y gente que está por debajo.
Qué lindo hubiera sido ver a un reformista de largo plazo como Gaviria acompañado por Francia Márquez, o acompañándola en el mismo equipo de gobierno. La historia que ellos dos hubieran contado hubiera sido una versión más rica y más compleja de Colombia.
P.D: El centro, como dice Yeats en The Second Coming, “no aguantó”, y los peores están llenos de pasiones intensas. Nos quedan, sin embargo, algunos consuelos. A mí me queda el de ver a Julia Miranda en la Cámara de Representantes.