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El Partido Conservador se levantó partido de gobierno el 7 de agosto, y se acostó partido de gobierno esa misma noche, sin pudor, como si nada hubiera cambiado. Lo mismo ocurrió con otros partidos que, a diferencia del conservador, no tienen otra plataforma que la clientela. Los conservadores, liderados por unos parlamentarios que, sin ninguna duda, no representan ideas sino intereses (y esto no está prohibido en una democracia, pero queda mal cuando se llaman “conservadores”), decidieron renunciar a su vocación de poder desde hace rato, conformándose con contratos o con entidades completas a cambio de sus votos en el congreso. Con ellos descubrimos, también, que renunciar a la vocación de poder implica, naturalmente, renunciar a la vocación de hacer oposición.
(El presidente Petro, que ha insistido en que su obsesión es aumentar la democracia, y profundizarla, sabe bien que no puede haber democracia libre donde hay clientelismo y corrupción, y que para llevar a cabo las transformaciones a la cultura política que él anuncia en sus discursos tendrá que plantarles batalla a los clientelistas, y no nombrarles sus cuotas, y no jugarles su juego; por ahora, algunos se consuelan pensando que al estado de derecho lo protegerán, precisamente, esas “federaciones de caudillos” que por años han comerciado con la democracia. Débil consuelo cuando sabemos que esos partidos han sido aliados y protectores de mafiosos, han comprado y vendido votos, y han servido como plataformas de estructuras criminales, sirviéndoles para cooptar el estado. Con ellos no se puede hacer buen gobierno y no se puede hacer buena oposición).
La derecha y algunos partidos con ideologías más liberales que progresistas tienen que aprender de la izquierda una lección de dignidad (la izquierda, cuando ha perdido, se ha declarado en oposición, y la ha ejercido), y, habiéndose declarado opositores o independientes, tienen que hacer varias cosas. En primer lugar, tienen que escoger una línea de base para defender o “conservar”. La más natural es la Constitución Política. Esto, que a algunos partidos les va a quedar difícil, pues han jugado mucho con la Constitución cuando han gobernado, les daría, sin embargo, una legitimidad institucional, y cierta autoridad, lo que les permitiría construir un discurso a la vez liberal (la Constitución es fundamentalmente liberal) y conservador (la conservación de las instituciones es una pelea que vale la pena dar).
En segundo lugar, la oposición se tiene que dar a la tarea de defender un modelo económico liberal. Esto, que en este momento es impopular, no lo será cuando en unos meses haya una crisis económica, cuando las políticas de empleo del gobierno Petro tengan como probable consecuencia el aumento del desempleo y no su disminución, y cuando los mensajes erráticos del gobierno asusten aún más a los inversionistas y a las empresas. Petro ganó con votos de la clase media, y es poco probable que pueda responder a unos reclamos que son fundamentalmente económicos (intereses burgueses, los llamarían algunos marxistas). Es en el desface entre expectativas y realidad donde se jugarán las próximas elecciones, pero sólo si la oposición logra enmarcar el debate.
En tercer lugar, la oposición tiene que reconocer que la búsqueda de la paz gana elecciones, y tiene que recuperar esa tradición de los gobiernos conservadores (Belisario, Pastrana o Uribe) de buscar la paz y asumir que Colombia necesita hacer acuerdos, sobre todo con “narcoterroristas”. Con un discurso que esté abierto a la paz y a la negociación, la oposición podrá criticar los ingenuos, o sencillamente chambones, intentos de “paz total”, sin quedar, como ha quedado antes, como una fuerza eminentemente pendenciera.
Por eso, la oposición tiene que producir líderes que convoquen a gente que, en las elecciones pasadas, votó por el presidente. Esto no lo van a hacer gritando que el socialismo se tomó el país, sino reconociendo que hay millones de personas que encontraron en el presidente y en la vicepresidente, y en su uso al tiempo radiante y empalagoso de los símbolos, un reflejo de sus reclamos. Petro ha logrado consolidar una coalición de mujeres, afrocolombianos, indígenas, jóvenes, personas Lgbt y los ha puesto en el gobierno: la oposición tendrá que mostrarse así, u oxidarse en su homogeneidad.