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Con la toma de las ciudades intermedias en las provincias de Helmand, Kandahar, Nimroz y Uruzgan, en Afganistán, y luego de su capital, Kabul, se teme que los talibanes vuelvan a imponer su dura interpretación de la sharia - ley islámica que, prácticamente, cercena los derechos de las mujeres. El éxodo afgano se repite después de 20 años. Las mujeres, con razón, no tienen claro qué pueda pasar, están preocupadas porque el futuro es incierto viviendo en un país donde los hombres no les pueden garantizar sus derechos.
He tratado de contactar a una mujer afgana para entrevistarla; educada, emprendedora con su propio negocio, pero no fue posible ante la inminente desgracia y la limitada libertad de prensa. El mundo vio cómo las embajadas británica y canadiense recibían a miles de ciudadanos deseperados por alcanzar un lugar en alguno de los vuelos de evacuación. Muchos de ellos han dejado atrás todas sus pertenencias y se han sometido a duras pruebas de sobrevivencia en el aeropuerto de Kabul.
En el trasfondo, Afganistán aumentó en 2020, 37% del área total utilizada para el cultivo de opio, equivalente a 83% del mercado global.
El presidente Biden, ante la presión internacional, rompió relaciones con los talibanes y se ganó la candidatura al desprestigiado premio Nobel, en una nueva generación de afganos que huyen como pueden de su país. Y luego, su administración, para colmo, acude a la diplomacia en el hemisferio para promover una nueva ola de inmigración humanitaria. Es decir, toma una decisión acorde con el llamado “pensamiento de grupo”, cuyos problemas fueron evidentes durante la guerra de Vietnam, cuando Lyndon B. Johnson era intolerante con las diferencias. Esto lo comprueba Trevi Troy en su columna “All the President’s Yes-Men” en el Wall Street Journal.
Así las cosas, ¿por qué el gobierno colombiano ha decidido recibir a más de 4.000 afganos de forma temporal, sufragados por EE.UU.? El presidente Duque, sus asesores, los “yes-men” del gobierno, la vicepresidenta y Canciller y su cuerpo diplomático, han adherido ingenuamente al tal pensamiento de grupo. No se dan cuenta de que con este anuncio se comprometen con una campaña de desinformación sin una estrategia coherente. La revista The Economist fue un poco más allá, y en portada anunció el fin de la guerra como: “Biden’s Debacle”. Una derrota en todo sentido, porque EE.UU. no podía ganar en Afganistán. Su misión original después del 9/11 no tiene comparación con la serie de pasos en falso que se convirtieron de estrategia en una tragedia en la que se han perdido miles de vidas y se han gastado millones de dólares.
Luego de varias semanas de reportaje intenso, Clarissa Ward, la corresponsal internacional de la cadena CNN, reportó el 20 de agosto en su cuenta de Twitter, @clarissaward, que estaba preparándose para el despegue de un vuelo junto a cientos de afganos, sin tapabocas, huyendo de los talibanes. Una muestra de lo que fue ser periodista mujer en un país donde lamentablemente ya no volverán a existir los reportajes con honestidad, valentía y clase. Cualquier viaje que sea demasiado lejos, para caminar, debe planificarse con horas, si no con días, de anticipación.