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La desigualdad del ingreso es una de las principales características de Colombia y uno de los fundamentos principales de la agenda promovida por la izquierda política. Los discursos del Presidente, las intervenciones de sus congresistas y la motivación de sus proyectos regulatorios resaltan permanentemente la reducción de las desigualdades como su fin último. En buena medida, dicho ideal sustenta la promoción del estatismo, el proteccionismo, el intervencionismo, la hiper-regulación, el aumento de la burocracia, la instauración de privilegios a grupos minoritarios y el consecuente crecimiento incesante del gasto público.
Que la desigualdad sea el fundamento principal de la agenda política no quiere decir que sea el indicador de desempeño (“KPI”) de su efectividad. Entrando al tercer año del gobierno Petro, poco importa al progresismo en el poder y a sus seguidores que los niveles de desigualdad en Colombia no mejoren y que sigamos siendo el tercer país con mayor índice de desigualdad de ingreso del mundo, por detrás de Sudáfrica y Namibia.
Pero si la reducción de la desigualdad no es realmente el fin ni determina su desempeño, ¿por qué el Petrismo sigue avanzando y cómo mide su éxito?
Su avance pese al fracaso evidente de su fin último se explica a partir del hecho de que, como bien describe Steven Pinker, la igualdad de ingresos no es un componente fundamental del bienestar humano. ¿Por qué?
Un cuento de la Unión Soviética retrata a la perfección la idea: Igor y Boris son campesinos pobres que apenas logran cultivar lo suficiente para sostenerse. La única diferencia entre ellos es que Boris tiene una cabra escuálida. Un día a Igor se le aparece un hada y le concede un deseo, a la cual le pide: “Mi deseo es que se muera la cabra de Boris.” Con el fallecimiento de la cabra del vecino, los dos campesinos han llegado a ser más iguales, pero ninguno de los dos ha mejorado sus condiciones, aparte de que Igor haya satisfecho su envidia.
Esto explica por qué el Petrismo genera satisfacción en sus seguidores, así no logren percibir avances materiales para ellos ni se reduzca la desigualdad. Para este gobierno y sus partidarios no es relevante que los colombianos puedan utilizar energía barata, logren pensionarse, tener acceso a servicios de salud de alta calidad, comprar productos más baratos, educarse, ahorrar o adquirir vivienda. Lo esencial es poder causar daño a determinados actores perjudicados con sus políticas, así no se mejoren las condiciones de vida de los ciudadanos, salvo por unos cuantos políticos y sus secuaces. El éxito se logra cuando se destruye valor a actores etiquetados como causantes de la desigualdad (empleadores, clase media, empresas petroleras, instituciones financieras, importadores, etc.) y no en cuánto mejora la calidad de vida de las personas.
Aprovechando la sencillez y eficacia de esta visceralidad, al Petrismo le es indiferente lograr sus supuestos ideales. Realmente mide su éxito a través del nivel de debilitamiento de actores privados, el grado de captura del aparato estatal, la cantidad y magnitud de rentas estatales generadas a sus huestes, la proliferación de grupos clientelares, el nivel de dependencia generado y el avance en la concentración del poder.