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Estamos viendo una época en la cual transhumanismo se está empezando a manifestar de una manera absolutamente evidente; efectivamente, estamos mejorando como especie en casi todos los ámbitos y especialmente con la ayuda, hay decirlo sin ambigüedades, con la invasión de los avances tecnológicos; sin embargo, como es natural, todo cambio genera desosiego, temor a lo desconocido, miedo, pasiones encontradas.
Nos asusta, en el marco del racionalismo excesivo que vivimos, no entender la real magnitud de los cambios ni para dónde vamos, porque olvidamos que aún antes de entender el hombre percibe, aprende con la intuición, con los sentidos, antes que con el pensamiento.
Vivimos en una época de información, no de discernimiento y mucho menos de sabiduría. Nos vemos abrumados, bombardeados por la cantidad de información, pero esta, en la mayoría de los casos, ni nos da conocimiento, es decir la capacidad de entendimiento, de análisis, ni tampoco nos imprime sabiduría, que es un estadio superior, que es esencialmente el comprender cómo asumir la vida de una forma satisfactoria, plena, es decir ese algo interno que nos da fuerza vital para salir adelante, ese recurso anhelado que todos buscamos para no depender de las circunstancias externas, pero, ¿dónde está el error?, en que ese recurso lo buscamos en el exterior movidos por todas las influencias a las que nos vemos sometidos en el día a día, lo que nos lleva a un estado árido, porque realmente la fuente de sabiduría está en el interior de cada uno de nosotros y se percibe con un equilibrio muy fuerte, pero muchas veces imperceptible, de intuición y de raciocinio.
No se deben rechazar los avances, no se deben estigmatizar, lo que debemos hacer es entender como asimilarlos, como no dejarnos arrastrar sin cuestionar, como no volvernos unos robots de la información a merced de la influencia de la tecnología, de las redes sociales, de las grandes corporaciones que manejan nuestra voluntad de una forma imperceptible. Sí, esa es la versión moderna de la esclavitud, nos llevan a ella como un rebaño dócil para que nos guste, para que nos volvamos adictos o dependientes de ciertas cosas, del consumismo, de la inmediatez, de la obsolescencia material y ética.
No hay que hacer mucho esfuerzo para ver cómo estamos en una época convulsionada, por guerras, por cambio climático, por excesos y desafueros políticos, por desigualdades sociales, por angustia permanente, por desasosiego y tal vez la solución, que empieza definidamente en forma individual, está en cada uno de nosotros y no a la vuelta de la esquina, está cerca indivisiblemente de todos, es decir dentro de cada cual, pero que paradoja, que difícil explorarla, encontrarla, parar, detenernos.
Nuestra mente manejada al vaivén de las influencias externas, sin detenernos a comprender, a discernir, sin intuir, nos lleva la esclavitud, nos vuelven robots y nada más contrario a la felicidad, a la humanidad y a la sabiduría y a la solución.
Como dice Rafael Narbona “Desde el albor de la civilización, la humanidad ha manifestado temor al hecho de conocer, quizás porque esa inteligencia que nos separa de otras especies también nos revela nuestra fragilidad”.