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La elección de Javier Milei en Argentina genera un sentimiento de esperanza en la región, haciéndonos creer que a la izquierda se le puede derrotar a pesar de sus políticas populistas de subsidios para el pueblo y dádivas para quienes viven del Estado. El efecto Milei se asimila a la pasión que generó Donald Trump en 2016 en Estados Unidos -y que hoy parece resurgir para las elecciones del próximo año-.
Su discurso libertario no solo conecta con jóvenes y empresarios, sino con una clase media trabajadora que se cansó de pagar los platos rotos de la social bacanería. Su mensaje de volver a convertir a la Argentina en la potencia económica de un siglo atrás tiene similitudes con la arenga ‘Maga’ de Trump.
Los argentinos prefirieron tomar el riesgo con un loco independiente con patillas de libertador, que a continuar bajo el yugo de un peronismo anquilosado representado por la corrupción Kirchnerista, que hoy tiene a la Argentina al borde del estallido inflacionario.
De su discurso me gusta la noción que, si las cosas no están funcionando, por qué seguir haciendo lo mismo. El cuento de que la política es complicada y que hay que negociar con los políticos tradicionales para lograr las grandes reformas estructurales, es la excusa de los mediocres para no cumplir con lo que prometieron en campaña. Como él mismo sostiene, para cambiar el rumbo solo se requiere voluntad política y agallas. Ya vimos cómo Uribe lo logró en Colombia un par de décadas atrás, o cómo recientemente Bukele le ha devuelto la esperanza a El Salvador.
El reto ahora para Milei es pasar del discurso a la realidad. Necesita demostrar en los primeros cien días que tanta bravuconada de campaña era real. No puede pasar de león a gato de peluche y caer en el gradualismo de Macri. O ser timorato a la hora de trabajar con la justicia para destapar y perseguir la corrupción de los Kirchner. En materia económica rápidamente tendrá que cumplir con su palabra de disminuir el tamaño del Estado, cortar el gasto burocrático, sanear las finanzas, controlar la inflación y estabilizar la moneda para lograr la convertibilidad que tanto están esperando los argentinos -y los mercados internacionales-. Sin embargo, hay que tener mucha cautela con algunas de las reformas que propone. No solo se trata de patear el tablero y criticar lo que no funciona -como Petro- sino de fortalecer las instituciones para garantizar una transformación real.
Para el resto de América Latina y en particular para Colombia, su éxito -o su fracaso- será crítico camino a las elecciones de 2026. Ya hemos visto cómo la gente en Chile, Perú y Ecuador está cansada del populismo de izquierda, del discurso de lucha de clases, de la narrativa progresista y del eufemismo de la paz. Los casi 2,5 millones de votos de María Corina Machado en las primarias de la oposición en Venezuela el 22 de octubre apuntan en la misma dirección. El pueblo ya se dio cuenta de que el socialismo del Siglo XXI de Chávez que adoptó la izquierda latinoamericana, lo único que ha traído es miseria, destrucción de las instituciones democráticas, criminalidad exacerbada e índices de corrupción sin precedentes.
Es hora de retomar el sendero del crecimiento económico, el desarrollo sostenible, la generación de riqueza, la protección de la ley y el orden y recuperar la seguridad.
¡Viva la libertad, carajo y que ruja el león!