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Por muchas décadas nos han querido vender la idea que había malos de derecha y malos de izquierda. Y que los segundos merecían un tratamiento judicial preferencial o diferente, pues sus muertos o atentados terroristas tenían otra clasificación. La verdad es que los criminales en Colombia -sin importar su origen- siempre han impuesto la agenda.
Desde las amnistías políticas de los 80 y 90, pasando por la Constitución del 91 para abolir la extradición, a la ley de Justicia y Paz para resocializar a los ‘Paras’, o el Acuerdo de Paz de La Habana que Juan Ma hizo a la medida del secretariado de las Farc, los delincuentes han dictado nuestra política criminal. Lo mismo que hoy Cepeda y Petro pretenden con su famosa ‘Paz Total’.
La realidad es que los narcos son brillantes. No solo lograron permear o amedrentar las diferentes ramas del poder público en el siglo pasado, sino infiltraron a la guerrilla, a las autodefensas y hasta algunos grupos indígenas y organizaciones sociales, para así asegurar un tratamiento político a su emprendimiento criminal. Hoy en día, con diferente sombrero, controlan gran parte del territorio nacional.
Por eso cuando uno trata de analizar los incidentes de violencia que vienen sucediendo en el Cauca, Valle, Norte de Santander, Cesar o Arauca, por mencionar algunas zonas calientes, lo que estamos presenciando es a los criminales de siempre regresando a reclamar sus tierras -y su tajada del negocio-.
Y mientras, la izquierda colombiana en contubernio con los antiguos paramilitares, argumentan que fue el establecimiento político y los militares quienes crearon y promovieron el Frankenstein del paramilitarismo con el único propósito de perpetuar la guerra y proteger el statu quo.
Ellos no extorsionaban, traficaban o mataban. Eran unas simples víctimas de los empresarios capitalistas quienes felices les donaban dinero y los obligaban a matar en su nombre.
Estos monstruos considerados hoy por este gobierno como ‘monjitas de la caridad’, se disfrazan de adalides de la justicia y de gestores de paz sin siquiera haber cumplido con el más mínimo nivel de verdad, justicia y reparación. Muchos hacen parte de carteles de falsos testigos de la mano de abogados inescrupulosos en Colombia y Estados Unidos, con el único fin de hacer de la paz un negocio.
Por eso cuando con bombos y platillos se anuncia de que una compañía fue hallada culpable civilmente en Estados Unidos de financiar el paramilitarismo en Colombia, de la esperada indemnización, las víctimas verán tan solo las boronas.
Seamos claros, Mancuso es un hampón como todos los demás paramilitares, guerrilleros, narcotraficantes, terroristas y asesinos que han permeado nuestro país. Petro y Mancuso son hoy uno mismo. Siempre se ha dicho que los extremos se atraen, la famosa Coincidentia oppositorum. Pero yo creo que estos nunca fueron extremos.
Siempre fueron narcos disfrazados de revolucionarios, que supieron ponerse el sombrero político de su conveniencia para que el Estado les otorgara todo tipo de prebendas y beneficios, nunca tuvieran que responder por sus crímenes, y terminaran manejando el país a su antojo y convertidos en el faro moral de nuestra sociedad.
Y mientras el país se inunda de coca y de corrupción, el Ministro de Defensa y la Fiscal general brillan por su ausencia. ¿En qué andarán?