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Con ocasión al debate que se generó por el informe de The New York Times sobre posibles casos de falsos positivos -y el daño reputacional que le generó a nuestras fuerzas militares, al gobierno y a la misma Revista Semana por no publicarlo- la pregunta que me hago es: ¿a quién y a qué debemos creer, en un mundo cada vez más amarillista e inundado de ‘noticias falsas’?
En mi caso, dado que sé cómo se hacen las morcillas…
Razón por la que considero que la libertad de prensa a nivel mundial está bajo amenaza. Pero no por los motivos que ellos argumentan. Está en jaque por la inmediatez de la información, los avances tecnológicos, las redes sociales, las presiones económicas, el control de grupos económicos, y la falta de ética y coherencia de los medios sin importar su corriente ideológica.
A través de los últimos dos siglos -y principalmente en las ultimas tres décadas- la prensa ha sido fundamental en frenar los abusos de la clase dirigente y destapar grandes escándalos de corrupción. También abusos de derechos humanos por grupos al margen de ley, exponer el cáncer del narcotráfico en nuestra sociedad, y relatar muchas historias de injusticia social de las cuales nunca nos hubiéramos enterado, si no fuera por el valor de periodistas que con las uñas han expuesto su vida para destapar la olla podrida.
Muchos han dado su vida por ello.
Pero ese oficio -de cierta manera vocacional y que formó a grandes pensadores y líderes en Colombia- está siendo deformado por las mismas personas que deberían proteger la objetividad e integridad que su práctica profesional exige.
La ralla entre la información noticiosa y la línea editorial se ha borrado. El ejercicio del periodismo investigativo se viene confundiendo intencionalmente con la libertad de opinión, afectando así la veracidad, independencia y objetividad de la información, ofreciendo en muchas ocasiones la opinión personal del periodista o del medio para defender una postura política o ideológica.
Por ello creo que el NYT -o cualquier otro medio de importancia local- no debe tratarse como si fuera la Biblia y ser susceptible de controversia. No se nos puede olvidar que el NYT -a pesar de ser un referente en el mundo occidental (por algo Putin y Maduro escribieron columnas en ese periódico)- su línea editorial tiene un claro sesgo ideológico. Y no hay problema con ello, pero que no se tilden de objetivos.
Los periodistas, así como los funcionarios públicos, deben estar abiertos a la crítica. El que opina está en todo su derecho de hacerlo, por el medio que quiera y sobre los temas que considere oportuno, respetando siempre los derechos a la intimidad, el honor, la honra y el buen nombre.
Pero no pueden victimizarse -o señalar de ‘censura y persecución’- cada vez que alguien les replica airadamente en redes sociales o los demanda en busca de una rectificación.
Por eso considero que el periodismo -la actividad profesional que consiste en obtener, analizar y difundir información veraz, oportuna y objetiva a través de cualquier medio escrito, oral, visual o gráfico- está llamada a desaparecer si no logra reinventarse, unirse como gremio, y proponer un paradigma ético y de autocontrol que le permita identificar sus errores y responder a los abusos de su actividad.