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Y no me refiero a la presión del presidente Petro a la Corte para que le elija un fiscal de bolsillo. Hablo del incremento sustancial de clientes o personas conocidas que han sido víctimas de todo tipo de extorsión o acto violento en el último año.
A nivel global y regional, estamos viendo un alza en los indicadores criminales como el homicidio, el secuestro y la extorsión. Vemos imágenes de jóvenes linchando policías en las calles de Nueva York, y no les pasa nada. La postura pacifista que defiende los derechos de los criminales por encima de los ciudadanos, ha llevado a que los delincuentes le dejaran de tener miedo a las autoridades.
El número de incidentes de ‘ransomware’ en empresas multinacionales está desbordado, según la estadística del FBI. Hackers que en sus inicios se escondieron bajo velos de periodismo independiente -como Wikileaks y Icij-, hoy en día realizan ciberataques desde cualquier lugar del planeta, utilizando fachadas como Anonymous, Guacamaya Leaks, Medusa y otros, sin temor a ser descubiertos. Roban información crítica, confidencial y sensible de las empresas y sus clientes, y amenazan con filtrarla en el dark web y acabar con su reputación si no les cumplen sus demandas económicas.
En Colombia estamos viviendo un fenómeno similar, pero de extorsión física por parte de grupos criminales, parecido a lo que vivimos los colombianos a finales del siglo pasado. En algunos casos llaman desde las cárceles, pero cada vez es más común que coordinan una cita o lleguen de manera inesperada a la finca, a la oficina, al establecimiento de comercio y hasta en la casa, para exigir el pago extorsivo o como ellos gentilmente la denominan -una contribución-.
En las grandes ciudades como Bogotá, ya hemos visto cómo integrantes de la banda ‘El Tren de Aragua’ y otros hampones no tienen reparo de llegar a un establecimiento de comercio en plena luz del día, armados hasta los dientes para atracar y amedrentar a sus comensales.
De igual manera vemos un incremento en robos en ciclo-rutas, en puentes peatonales, en senderos en la Calera y Monserrate, en estaciones de Transmilenio, y hasta en las salidas de los centros comerciales, donde los ladrones apuñalan a sus víctimas sin darles la oportunidad de rendirse o entregar sus objetos de valor.
La realidad es que los ciudadanos de a pie y los empresarios están indefensos y el gobierno no está haciendo nada para protegerlos. La agenda pacifista de Petro y de Santos, no solo defendió las atrocidades cometidas por la guerrilla y otros grupos al margen de la ley, sino lograron asesinar moralmente a la policía y al ejército y atar de manos a quienes tiene el deber de defendernos. Son ellos los responsables del crecimiento del crimen organizado y los niveles de violencia que estamos viviendo.
Pero la gente del común está cansada de políticas pacifistas que no condujeron a nada y que lo único lograron fue más narcotráfico, más violencia y más delincuencia organizada en la región. Necesitamos apoyar líderes que estén dispuestos a recuperar la seguridad y el orden, y defender a aquellos gobernantes que no les tiemble la mano para hacer valer el uso legítimo de la fuerza del Estado.
Necesitamos que las ratas vuelvan a tener temor al gato.