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Al iniciar este nuevo año es conveniente reflexionar sobre dos temáticas que, en mi opinión, serán claves en la discusión de política económica: perspectivas sobre el covid y sus implicaciones, y el inicio del ciclo de alza de tasas de interés de la Reserva Federal de EE.UU.
Primero, el covid seguirá siendo un actor relevante en nuestras economías en los próximos meses, pero estos riesgos se debiesen disipar en el mediano plazo. Las principales economías del mundo están siendo azotadas por la rápida propagación de la variante ómicron, alcanzando casos récord en todas las latitudes. A pesar de importantes avances en vacunación, el riesgo de un gran número de contagios y su eventual impacto sobre la capacidad hospitalaria han impulsado nuevas medidas de restricción a la movilidad, especialmente en China donde se mantiene una política de cero-tolerancia ante nuevos casos. Así, esta nueva cepa tensionará nuevamente a las cadenas de producción en el mundo, afectará con mayor intensidad a actividades que requieren interacción personal, y debiésemos de observar revisiones menores a la baja en las proyecciones de crecimiento económico global. Evidentemente, esta cepa debiese tener como efecto la postergación de la recuperación del mercado laboral.
Más allá de ómicron, si bien persiste el riesgo de nuevas variantes provenientes de áreas en el mundo con aún bajas tasas de vacunación, la producción de vacunas debiese aumentar significativamente este año. Así, al entrar al tercer año de pandemia, podemos decir con más confianza que se abre la esperanza hacia una “normalización” de la vida y actividad económica post-pandemia.
Segundo, tras implementar una política monetaria extraordinariamente expansiva en los últimos años, alta inflación y persistentes avances en el mercado laboral de EE.UU., hacen prever que la Reserva Federal (Fed) debiese iniciar su esperado ciclo de alza de tasas de interés en los próximos meses. Por cierto, esta orientación expansiva de política monetaria contribuyó a condiciones financieras convenientes para economías emergentes, facilitando el acceso a bajas tasas de interés para financiar ambiciosas respuestas fiscales. Sin embargo, estas condiciones serán más restrictivas este año. Así, alzas de tasas más rápidas de lo anticipado podrían gatillar cambios en la aversión al riesgo en los mercados financieros, y con ello flujos de capitales desde economías emergentes hacia economías avanzadas, y depreciaciones cambiarias en economías emergentes, especialmente en aquellas consideradas más vulnerables. En este sentido, es clave seguir fortaleciendo los marcos institucionales de política macro, con tal de hacerlos más creíbles, confiables, y sostenibles. También bancos centrales podrían fortalecer el instrumental que permita robustecer su posición ante eventuales choques en los mercados financieros internacionales, tales como líneas preventivas de liquidez como la Línea de Crédito Flexible del Fondo Monetario Internacional, o líneas de financiamiento internacional con otros bancos centrales.
Ante este contexto, la región comienza un año desafiante, con una esperada desaceleración de la actividad económica, impulsos de política macro cada vez más contractivos, mercados laborales que aún no han recuperado sus niveles prepandemia, y alta inflación. En paralelo, varias economías de la región viven intensos calendarios electorales, en los cuales se mantienen elevadas expectativas por parte de la ciudadanía. Cumplir con estas expectativas en el escenario macroeconómico recientemente descrito no será fácil, por lo que es fundamental buscar alternativas que contribuyan a fortalecer el crecimiento económico, la inversión, y la creación de empleo.