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El éxito profesional es dudoso si no hay ética personal. Desde la antigüedad filósofos como Aristóteles se han preocupado por el buen comportamiento y las reglas del buen obrar; sin embargo, el interés por la disciplina se ve menguado en la actualidad, especialmente en países como el nuestro donde “al vivo siempre le va mejor”.
Los ejemplos abundan en nuestra sociedad: el carrusel de la contratación, el cartel de la hemofilia, el cartel del papel higiénico, el cartel de los cuadernos y se quedan muchos sin mencionar. En todos estos ejemplos el afectado siempre es el mismo: el pobre, el vulnerable, el que tiene poca voz.
Por fortuna, todavía hay algunos que se preocupan del tema como el filósofo contemporáneo y profesor de Harvard Michael Sandel, quien argumenta que el comportamiento ético de la adultez tiene sus cimientos en la niñez, razón por la cual sugiere la enseñanza del reconocimiento de un bien real al de uno aparente desde la primera infancia y no a partir de la adolescencia o la adultez.
De acuerdo al portal transparency.org, encargado de revelar indicadores de corrupción y honestidad en cada nación, los países con menos escándalos de corrupción son Nueva Zelanda, Dinamarca y Finlandia. El grupo de estudios anticorrupción de la universidad de Harvard estableció que existe una relación entre estos datos y las políticas públicas educativas de los mencionados países, donde la enseñanza de la ética es una asignatura seria, con currículo establecido y una alta intensidad horaria; además, comienza desde los primeros grados.
Los gobiernos deben preocuparse por establecer dentro del programa oficial para colegios, como materia primordial, la enseñanza de la ética. Es necesario formar personas de bien y, como enseñaba el profesor José Luis L. Aranguren, “La moralización social no puede ser confiada a los individuos, sino que requiere ser institucionalizada, convertida en una función, en un servicio público”.
En miras a las próximas elecciones territoriales y con relación a lo anterior, debemos optar por candidatos que no sólo estén llenos de certificados y maestrías, sino que tengan un compromiso serio con la educación de los niños y jóvenes del país, que además de luchar por el incremento en los estándares de calidad en las instituciones educativas busquen ante todo la promoción de valores y buenos hábitos.
Debemos escoger personas nuevas, con una vida pública intachable, que con su ejemplo representen coherencia entre sus ideales y su actuar, que no les pase como al concejal Hollman Morris quien apoyaba vehemente las marchas estudiantiles, pero según su ex esposa a sus hijos no les ayudaba con la cuota para comprar cuadernos y otros útiles escolares básicos.
Busquemos, además de buenos administradores de los recursos públicos, personas con formación en ética y humanidades. Políticos que no sólo sean buenos oradores sino que también sean buenas personas.