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“Songo le dio a Borondongo y Borondogo le dio a Bernabé”, cantaba Celia Cruz con la Sonora Matancera por allá en los años 50. La canción se convirtió en un clásico de la música caribeña, pero esa letra pegajosa también presenta un problema filosófico muy profundo; separar lo que es correlación (que un evento ocurrió después de otro) de causación (que un evento causó el otro).
Lo que nos dice Celia en la primera estrofa es que la causa de que Borondogo le dio a Bernabé, es porque Songo le dio a Borongodo. Es decir, inferimos que el causante de todo este desorden es Songo, pues vemos dos eventos ocurrir uno después el otro y deducimos que uno causó el otro. Ahí está el error.
Un par de siglos antes que Celia, el filósofo escocés, David Hume, andaba preocupado con este tema de confundir correlación con causación. Después de analizarlo llegó a la conclusión que el ser humano lo que ve es un evento después de otro y en su afán de tener explicaciones coherentes de la realidad, le impone una explicación de causalidad.
Y, como si fuera poco, como pretendemos entender la causa y el efecto de las cosas, inducimos que siempre van a ocurrir. Saltamos de un error puntual de causa y efecto a un error general de inducir leyes generales viendo casos particulares.
¿Por qué esto es importante? Porque por el hecho de que un grupo de personas consumieron Ivermectina y no les dio Covid, no quiere decir que la Ivermectina causó que no les diera Covid. O que, si la bolsa subió unos meses después de que cambió el presidente, fue eso lo que causó la subida del índice, o incluso el crecimiento de una economía. O, ¿si el cambio de estrategia de marketing o de un CEO fue acompañado por un aumento en las ventas, podemos inferir que uno causó otro? Y, ¿va a ser así siempre?
Probar causalidad es una de las cosas más complejas en estadística y se basa en el método que se utiliza para probar vacunas. A dos grupos numeroso de personas estadísticamente equivalentes se les aplica la vacuna y un placebo. Y si hay unas diferencias grandes en los resultados del grupo que recibió las vacunas del que recibió el placebo, se podría concluir que la vacuna causó esos resultados.
Si es tan complejo demostrar causalidad, ¿por qué andamos por el mundo pretendiendo que la entendemos y la encontramos?, ¿por qué creemos que todo tiene una explicación segura cuando no es así?, ¿por qué seguimos creyendo en la falacia de que todos los que trabajan duro les va bien y todos los que les va mal son vagos y poco inteligentes? El mundo está lleno de casos contrarios.
Como seres humanos entendemos poco de la realidad, pero queremos pretender que la tenemos clara. Por eso caemos tan fácilmente en la trampa de las explicaciones fáciles; los falsos profetas; en las mentiras que tranquilizan. Es como si quisiéramos, más que entender la realidad, tener alguna explicación sencilla que nos deje dormir; que nos de algo de tranquilidad.
Realmente yo no sé por qué Songo le dio a Borondongo, o cuál fe es la causa de toda esa pelea que narra Celia. Lo que sí sé es que hay mucha gente por ahí haciendo creer que entienden las leyes de la vida y los negocios cuando de verdad están igual de confundidos que todos nosotros.
A ellos y a todos los que me leen esta columna les dejo esta frase del filósofo inglés Bertrand Russell: “Enseñar a vivir sin certeza y, sin embargo, sin quedar paralizado por la vacilación, es quizás lo principal que la filosofía, en nuestra época, todavía puede hacer por quienes la estudian”.
Asumamos la incertidumbre; sepamos que nadie la tiene clara; que en la vida y en los negocios vamos aprendiendo poco a poco dándonos golpes y levantándonos de nuevo. Que nuestro éxito tiene un componente enorme de suerte, y que cuando alguien con las herramientas que da la ciencia demuestra que entiende causalidad, por favor creámosle.