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Percibo mucha confusión sobre el papel que podrían jugar las reservas internacionales y la recién aprobada línea de crédito flexible del Fondo Monetario Internacional (FMI) en la respuesta a la crisis económica causada por la pandemia y la caída del precio del petróleo. Estos recursos no deben ser utilizados para financiar directamente las necesidades de gasto del Estado, porque son una última línea de defensa ante desequilibrios en el financiamiento externo.
El reto de política económica para los países emergentes no termina con la tarea de hacerle frente a la crisis actual. Además de la dificultad que conlleva expandir la capacidad de respuesta de los sistemas de salud, deben enfrentar esta crisis con menor espacio de reacción fiscal, mayor dependencia de la producción de bienes básicos que cotizan a precios deprimidos, y altos índices de informalidad. Adicionalmente, durante períodos de alta incertidumbre financiera global la mayoría de los emergentes están expuestos a episodios de paradas súbitas en los flujos de capital con los que se financian los déficits externos.
En el pasado estos episodios han estado acompañados de recesiones en la actividad económica y el empleo; caídas fuertes en el crédito, el consumo y la inversión; depreciación del tipo de cambio; y fuertes desvalorizaciones en los índices de precios inmobiliarios y accionarios. Los flujos de capital hacia las economías emergentes permiten financiar la diferencia entre el ahorro y la inversión tanto del sector privado (consumidores y empresas) como del sector público.
Los rubros más importantes son los de inversión extranjera directa (compra o aumentos en la participación de capital en empresas domiciliadas en el país receptor) y los flujos de portafolio donde se contabilizan las compras de extranjeros de acciones de empresas que cotizan en bolsa e instrumentos de deuda corporativa y soberana. Cuando se agotan estas fuentes de financiamiento de manera abrupta, las empresas, e incluso los gobiernos, también se ven forzados a recortar sus planes con efectos devastadores sobre el empleo y los ingresos de las familias.
El Instituto de Finanzas Internacionales (IIF, por sus siglas en inglés) estima que en el primer trimestre de 2020 salieron de los países emergentes cerca de US$100.000 millones en inversiones de portafolio, cifra que duplica la cantidad observada en la crisis de 2008. Si bien todavía no hay estadísticas sobre los flujos de inversión extranjera directa durante esta crisis, es de esperar que esta fuente de financiamiento externo también se haya visto afectada. Aunque las medidas de aumento de liquidez por parte de la Reserva Federal desaceleraron la salida de capitales en el mes de abril, es peligroso cantar victoria y menospreciar la posibilidad de que este riesgo reaparezca una vez los efectos de la recesión se materialicen en las cuentas fiscales y en el balance de las empresas.
La economía colombiana hasta finales de 2019 se encontraba entre las más expuestas a estas paradas súbitas en los de flujos de capital. El déficit externo a financiar era de los más elevados entre los países emergentes (4,5% del PIB). Esta vulnerabilidad en múltiples ocasiones ha sido resaltada por autoridades económicas como el Banco de la República, el mismo FMI, las calificadoras de riesgo y diversos analistas. La mayor parte del financiamiento externo está constituido por inversión extranjera directa. Sin embargo, inversionistas internacionales tienen una participación cercana a 30% del mercado de deuda local por lo cual los flujos de portafolio también son una fuente importante de financiamiento.
Por todo lo anterior, la aprobación de la línea de crédito flexible del FMI por un monto cercano a los US$11.000 millones, es una muy buena noticia. Junto a las reservas internacionales que respaldan el valor del peso, cercanas a los US$50.000 millones, esta línea de crédito se podría convertir en una fuente de financiamiento en el momento de afrontar una parada súbita en el flujo de capitales.