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Cartagena duele: un edificio de 30 pisos muy cerca a uno de los monumentos más importantes de América, concejales investigados por la elección irregular de la contralora distrital, sobrecostos escandalosos en el plan de alimentación escolar, alcaldes destituidos, inversión en obras que nunca se entregan. ¡Cuánta falta hacen hoy más hospitales!
La historia reciente de Cartagena es un cóctel de incompetencia y de corrupción que tiene sumida a la ciudad en una situación lamentable: más de 268 mil personas viven en condición de pobreza, rodeada de una opulencia indiferente.
Este cóctel permea casi todos los proyectos de la heroica. Transcaribe, su sistema de transporte masivo, tardó más de una década en entrar en operación, no precisamente por la complejidad de la infraestructura que requería, y aún hoy su implementación no está completa.
La vía perimetral, una obra clave para la movilidad de la ciudad y para la protección de la Ciénaga de la Virgen, cuyos inicios se remontan al 2004, es un proyecto inconcluso y lo que está hecho requiere una intervención profunda pues los asentamientos hacen que los puentes sean casi intransitables.
La malla vial de la ciudad es insuficiente y parece que el concepto de zona peatonal no ha llegado aún, incluso en la zona turística. Ejemplo crítico es la carrera primera, frente a las playas de Bocagrande, donde resulta imposible caminar.
El plan maestro de drenaje pluvial lleva al menos una década en el tintero. Hay estudios, hay planos, hay diseños, pero obras muy pocas.
Pero parece que nos acostumbramos. Cada caso de corrupción que surge solo es merecedor de un ligero suspiro, acompañado de un “¡más de lo mismo!”. Nunca hay culpables. Todos se lavan las manos: “no puedo asumir los errores de mi familia”. Siempre hay una excusa y de nuevo al poder, los mismos. Y cuando por fin surge alguien distinto, todos se levantan con vehemencia en su contra. Dispuestos a defender el botín.
En días pasados, el alcalde Dau presentó el denominado Libro Blanco de la corrupción, donde expone hechos irregulares que encontró al asumir la alcaldía. Falta ahora que todos esos hallazgos sean debidamente investigados y, ojalá, de ser ciertos, la ley caiga sobre los culpables. Cartagena merece justicia.
No obstante, este trabajo innegable por denunciar y acabar con la corrupción, según una reciente encuesta la imagen favorable del alcalde ha caído notoriamente. Este hecho podría ser atribuido al desgaste que trae el manejo de la emergencia por el coronavirus, pero también es cierto que se han incrementado los ataques en redes sociales para restarle credibilidad.
Hay quienes han cuestionado si este es el momento oportuno para centrarse en la lucha contra la corrupción. Creo que nunca hubo un mejor momento: ahora sentimos con más rigor las falencias del sistema de salud que la corrupción nos ha dejado y, además, la recuperación post pandemia será particularmente difícil en Cartagena y es absolutamente necesario que no se pierda un solo peso.