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Como si no fuese suficiente con los hipopótamos, la Aunap (Agencia Nacional de Acuicultura y Pesca) insiste en la legalización del pez basa para producción acuícola, resultado de la presión del gremio comercial de acuicultores, muchos de los cuales no son para nada ejemplo de sostenibilidad, pues sus ambiciones superan con creces la responsabilidad ambiental con la que deberían actuar. Y lo digo con la conciencia de quien promueve el emprendimiento y siempre resalta el papel de los empresarios en la construcción de una economía robusta para el país.
La campaña por el basa tiene varios lunares, el primero, asociado con un procedimiento viciado que han empleado algunos productores, y es el de operar sobre hechos cumplidos: primero se trae el pez, ilegalmente, se aprende a producirlo, ilegalmente, y se libera a los ríos, ilegalmente, para luego decir que la especie ya se ha naturalizado y no hay nada que hacer, que es mejor convivir con los hechos y aceptar su presencia. El segundo, operar sobre la dependencia que le mercado ya ha construido, como si no hubiese mecanismos para desestimular las malas prácticas e incentivar las buenas, lo que debería estar haciendo la política pública como con las transiciones energéticas. La Ipbes, la Uicn y todos los organismos ambientales internacionales levantan sus paletas rojas todos los días ante las introducciones biológicas que “no han demostrado ser detrimentales”, es decir, poniendo la carga de la prueba en un experimento abierto, que como en el caso de las fumigaciones con glifosato, es una barbaridad.
Traer, además, una especie de pez generalista, al país con la segunda riqueza de peces de agua dulce del mundo es un contrasentido, y mientras nos hemos desgastado años en esta discusión, habría habido tiempo de construir los paquetes tecnológicos para producir bagre rayado, por ejemplo, una especie exquisita, endémica, amenazada y que podría valer decenas de veces más que un filete de muy regular calidad, que acaba de ser consumido y exportado masivamente (se vende como “pesca blanca”, para no revelar su identidad). El “pollo” de las represas es proteína, es cierto, pero no queremos ser alimentados como pollos. Ni como peces detritívoros.
A los empresarios interesados genuinamente en la acuicultura sostenible, y no tanto en los dólares, les invito a renunciar al basa como opción y a comprometerse más bien con la Aunap del futuro y con la academia, en programas de innovación basados en la biodiversidad nativa y en el aprovechamiento de los recursos genéticos colombianos, menospreciados y amenazados por iniciativas como esta. Ni hipopótamos, ni peces basa, ni palma de azúcar, ya tenemos suficientes retos reconstruyendo un territorio vandalizado por las ganaderías insostenibles, la informalidad minera y la irresponsabilidad en el manejo de residuos urbanos como para crear un nuevo problema. De todas maneras, el Anla podría preguntarle al Instituto de Ciencias de la U Nacional, o a la Academia de Ciencias Naturales, o a otras universidades independientes en Colombia o fuera del país si tantas dudas le dejan los conceptos “ambientalistas” de la autoridad científica, el Instituto Humboldt. Hay que leer a Elizabeth Kolbert (Pulitzer) y su texto “Hacia un cielo blanco” (Crítica, 2021) para entender cómo las “soluciones ambientales” que provienen del siglo pasado no pueden seguir creando los problemas ambientales del futuro.