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Analistas 24/07/2024

Crisis del pensamiento creativo

Brigitte Baptiste
Rectora de la Universidad Ean

En el espacio de la Ocde, Colombia se rajó totalmente en su capacidad para generar evaluar y mejorar ideas, que es la forma en que nos referimos al pensamiento creativo, “una habilidad fundamental y con alta demanda en el mercado laboral global, que cobrará mayor importancia en el futuro debido a los avances tecnológicos y socioeconómicos”, según la revista Cambio, para citar otro medio que, junto con este diario, destacaron la lamentable noticia. Más grave, a mi criterio, las implicaciones de esta condición en la resolución de problemas sistémicos como la crisis climática, la pérdida de biodiversidad o la construcción de justicia social: sin habilidades creativas una sociedad cae en poder de los dogmatismos, los vendedores de soluciones simples y el apego al autoritarismo y la guerra como estrategia. Decía un personaje de Isaac Asimov, con razón, que “la violencia es el último recurso del incompetente”.

La capacidad crítica, que viene de la mano con el pensamiento creativo, es una cualidad que una sociedad debe insuflar en todos sus miembros, garantizando además los espacios y condiciones seguras para ejercerla. La academia, por supuesto, es donde más se desarrolla esta habilidad, que debería estar presente desde la primera infancia, pero que, en Colombia, un país que ha optado más por la construcción de infraestructura que en calidad del pensamiento, no se manifiesta. Y a juzgar por las redes sociales, empeora cada día, pese a los esfuerzos de mucha gente en contribuir a la pedagogía del debate presentando reiteradamente los tipos de falacias que hacen imposible una conversación con sentido.

Si tememos a las IA, por citar un ejemplo, es por mediocridad creativa, comodidad y apego a los lugares comunes, a menudo resultado de la obsesión por la eficiencia, que acaba en simplicidad. Si “ya se sabe” cómo se hacen las cosas y la tradición es clara entorno a los valores asociados con las restricciones al cambio, no hay manera de que haya innovación, todo se queda en simulación, lo que hacemos con un ministerio de ciencia y tecnología inane, pese a la voluntad de sus funcionarios. La capacidad creativa no se puede fingir, lo saben los artistas, a quienes juzgamos implacablemente por ello, pero tampoco en la producción de conocimiento nuevo. De ahí que ambos campos deban actuar sinérgicamente, de lo contrario todo será plagio, la tragedia tras el colonialismo propiciada por la ignorancia de la historia, que nos hace creer que innovamos cuando descubrimos lo que hacen los demás: hay que gestionar lo genuino, que, además, no es lo mismo que pretender la verdad.

Desarrollar la capacidad creativa implica democracia profunda, respeto y promoción a la diversidad de perspectivas, y rechazo al “conocimiento oficial” que tanto gusta a la izquierda y al “conocimiento revelado”, a la derecha. Se trata de un ejercicio drástico y pautado del pensamiento y la educación, donde, de manera gentil y amorosa (porque es un ejercicio central para el bienestar colectivo, no del desarrollo del ego o del éxito individual), se combate este mundo de vanidades apalancadas por el falso darvinismo del mercantilismo ramplón.

Promover el pensamiento creativo es mucho más importante que usar el asistencialismo para corregir las fallas institucionales, porque enseñar a pensar va antes que enseñar a pescar y, por supuesto, que regalar pescado.

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