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Analistas 17/07/2023

Entre dos apocalipsis

Brigitte Baptiste
Rectora de la Universidad Ean

La natural y comprensible pero peligrosa polarización que plantean quienes preconizan la existencia de sólo dos modos opuestos de existir y construir sociedades en el mundo continúa llevándonos a la guerra, siempre justificada éticamente por cada bando para sus propios correligionarios. Tomar partido, según esto, se convierte en una obligación, por lo cual la violencia se manifiesta ante todo contra los “tibios”, secuestrados por el sistema binario. La ausencia de pluralidad siempre implica un modo de violencia que pretende, con las banderas de la simplicidad, imponer una “salvación”. A la izquierda o derecha radicales les gusta pensar así y se ufanan de su pureza, la más amenazante, que a estas alturas deberíamos saber esquivar, como nos lo han mostrado hermosamente estas semanas las marchas Lgbtiq+, allí donde se pueden hacer.

Pero los temas de la bipolaridad no se restringen a la pobrísima y a menudo despiadada interpretación que hacen algunos de los sistemas de género, sexo o modelos de crianza, sino que afectan la visión histórica de las tensiones que afectan el devenir humano, que no es dialéctico sino multiversal, adaptativo y creativo: de ahí la profunda inmoralidad de las dictaduras y sus cruzadas, de los partidos únicos, de las soluciones finales o de los sistemas de censura y acoso que cotidianamente experimentamos o toleramos. Colombia podría aplicar algo de ello en el diseño de sus estrategias para afrontar la crisis climática y la restauración de sus ecosistemas, por ejemplo, entendiendo que las políticas globales, forjadas en democracia para una escala, también pueden convertirse en camisas de fuerza y fuente de conflicto en otras cuando no son adecuadamente interpretadas y se convierten en leyes a rajatabla, transiciones basadas en ecologías ficticias.

Es por eso que en los programas que deberían estar planteando desde ya los movimientos que apoyan nombres a las alcaldías y concejos debería primar el conocimiento documentado acerca de sus territorios, una interpretación de la historia de sus transformaciones sociales y ecológicas interdependientes, el estado de sus aguas, sus bosques y sus industrias, las relaciones de vecindad y los intercambios entre escalas, su vulnerabilidad ante la crisis climática. Pero como hay que conseguir votos como sea, toca adquirir clientes y deudas, crear enemigos y entronizar (para luego sacrificar), candidat@s. Mirándolo así, tal vez lo que deba cambiar es el concepto del liderazgo y la potencia unipersonal en la política, alimentada por estrategias de mercadeo que explotan nuestras limitaciones emocionales: acabamos capturad@s por disyuntivas que nos enloquecen y nos convierten en perpetu@s denunciantes o víctimas del apocalipsis. Por fortuna hay señales de que los presidentes, por ejemplo, son cada vez más superfluos, al tiempo que más malos que buenos, sean escogidos o entronizados; los países evolucionan gracias a la resiliencia de sus sociedades y el trabajo en equipo.

La crisis climática no es un problema de calor y frío, sequía o humedad, así como la crisis social no lo es de pobreza y riqueza: ni la física, ni la biología, ni la sociología o la economía funcionan como heraldos de sistemas bipolares, bastaría entonces tirar una moneda para decidir todo, como en el viejo cuento de Leo Kelly.

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