Analistas 22/02/2025

Metamorfosis, colapso, caos

Brigitte Baptiste
Rectora de la Universidad Ean

Bajo la perspectiva sistémica es lícito pensar que la transformación de las sociedades implica un nivel de destrucción del estatus quo, es decir del orden que tiende, de manera recalcitrante, a estabilizar cierto estado de cosas. La “destrucción creativa” es una fuerza que permite la reorganización de los componentes del sistema, y opera en múltiples escalas: Nos cortamos el pelo para cambiar de peinado, remodelamos nuestras casas demoliendo una parte de ellas, liquidamos empresas obsoletas para reinvertir en nuevas tecnologías, talamos una porción del bosque para sembrar más comida. La teoría del disturbio intermedio, que proviene de la ecología, nos habla de los beneficios de la renovación parcial de un sistema que se va anquilosando y pierde vigor, motivo por el cual no puede responder a las presiones evolutivas y corre riesgo de desaparecer por completo ante un evento catastrófico: no hay planeta B.

La racionalidad de los procesos de renovación sistémica, que está siendo postulada por algunos como un nivel de “inteligencia planetaria”, ha permitido a las ciencias ambientales interpretar, hasta cierto punto, los efectos de las decisiones humanas en su modo de habitar el mundo. El problema es que es difícil evaluar el efecto ecosistémico de nuestra especie dada nuestra capacidad simultánea de actuar como destructores y creadores, un gesto que hace del Antropoceno una anomalía cósmica… cuya persistencia es imposible de predecir. Sin embargo, diversos sistemas de conocimiento (que también se renuevan bajo los mismos parámetros evolutivos de todas las cosas), han sido capaces de identificar la noción de “umbral de cambio”, fundamental para establecer el alcance de los disturbios, provocados o no, en la estructura y funcionamiento del sistema de referencia, en la medida que podemos evaluar nuestra capacidad de respuesta ante los efectos del factor de destrucción, sea un asteroide, un tsunami, un huracán, o una guerra.

Utilizar la guerra como laboratorio de tecnología o mecanismo de renovación social, sin embargo, a pesar de ser una constante histórica, es el colmo del cinismo, pues legitima la muerte y el dolor como fuente de renovación, un proceso que construyó la Europa contemporánea y el concepto de “desarrollo”, pero que hoy está siendo usado para justificar el crecimiento de las economías que, requiriendo oxígeno en su decadencia, ven en la paz el negocio inmobiliario que las ha de rescatar: una idea absolutamente perversa de la reconstrucción.

La idea de destrucción creativa nos previene también del colapso sistémico que deriva de las aparentes revoluciones locales y sus encadenamientos, hechas bajo el supuesto de que la sociedad “encontrará su camino”, como pareciera ser la estrategia del actual gobierno colombiano, que ha regado semillas de reforma que, pese a ser éticamente indispensables, pueden llevarnos a momentos sistémicos críticos, donde la aparición de nuevas estructuras más justas y sostenibles puede demorarse demasiado, estancarse en un modelo extremadamente simple (como una dictadura), o ser totalmente inviables, dejando todo en el caos. Mejor que confiar en la destrucción dirigida y la autoorganización “popular” subsecuente, estrategia de alto riesgo y a menudo causante de mucho dolor, sería la de propiciar las metamorfosis como estrategia evolutiva: hay que aprender a diseñarlas y habitarlas, más que socavar el fundamento de los procesos de renovación basadas en las fantasías de liderazgo.