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Adam Sobel habla en la revista Nature del 21 de marzo acerca del “clima de miedo” que se ha instaurado en el mundo en relación con la crisis climática, a la que define como uno de los fenómenos más ciertos a los que ya se enfrenta la humanidad, y por ende mucho menos preocupante que las crisis políticas, las guerras y la pérdida de democracia que afecta al planeta entero, fenómenos erráticos propios de nuestra especie.
El argumento científico es contundente: se está usando el calentamiento global como un argumento soterrado para distraer a la sociedad de los problemas que nunca ha querido o podido afrontar, para destruir las capacidades productivas de las democracias, y para acusar y perseguir incluso a la misma ciencia, que propone un enfoque adaptativo progresivo y realmente participativo, que no favorece a los líderes autoritarios, enfermos mentales seductores, sean de izquierda o derecha, que fingen “garantizar” el orden que requerimos para tomar mejores decisiones.
Wade Davis también analiza en su más reciente libro (Bajo la superficie de las cosas, 2024) el “pánico climático”, para denunciar cómo los discursos generalizados del decrecimiento y la culpabilidad económica están siendo instrumentalizados por los regímenes dictatoriales existentes como armas de guerra contra occidente: es obvio que Rusia se muere de la risa observando cómo Europa paga la guerra contra Ucrania y a favor de Ucrania, debido a su dependencia del gas, lo que indudablemente le pasaría a Colombia si decide traer combustibles del satélite putiniano en que se ha convertido Venezuela. Los discursos ingenuos del ambientalismo occidental, muy éticos, son en realidad una puerta a regímenes a los que los temas ambientales les importa un pito.
Ninguno de los autores citados pone en duda la existencia del cambio climático, ni que esté siendo causado por la humanidad, ni que requiera medidas de manejo drásticas. Pero esa generalización de “lo humano” no tiene ningún sentido cuando una proporción significativa del activismo ecosocialista, del cual me considero una parte, se entrega al discurso colonialista de las potencias.
No veo cómo el decrecimiento de la economía colombiana vaya a beneficiarnos, o a las generaciones futuras, todo lo contrario, nos entrega de brazos abiertos a los regímenes más extractivistas, autoritarios y violentos del presente. En Irán, los ayatolas hacen que las mujeres sigan usando el velo como una narrativa nacionalista y heroica: finalmente, la libertad, esa quimera occidental, tan decadente, no alimenta el futuro del macho alfa.
A medida que nos acercamos a la COP 16 de biodiversidad debemos dejar de preguntarnos qué tan jodidos estamos frente a las crisis, ese estado de depresión colectiva en el que quieren sumirnos de manera oportunista los aspirantes al caudillismo ambientalista, para quienes la adaptación como proceso de construcción colectiva y democrática es un mito, como si sus narrativas no lo fueran también.
Solo la instauración de una conversación serena entre los diferentes estamentos de la sociedad, libres al máximo de la propaganda, corporativa o populista, puede llevarnos a la construcción de soluciones basadas en las ciencias y los conocimientos ancestrales, una paz total que no está en los discursos sino en una institucionalidad robusta capaz de imbuir innovación en todas sus dimensiones.