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Si las cosas funcionan según lo planeado, el popó de los habitantes de 70% del área urbana de Bogotá se encaminará en pocos meses y adecuadamente entubado hasta la estación elevadora de Canoas, que si bien no contribuye directamente al metabolismo de las heces capitalinas si las concentra y vierte al río en un solo punto, en el extremo sur de la Sabana. El otro 30% ya está siendo, tratado “hasta las últimas consecuencias” en la Ptar salitre 1 y 2.
No es irresponsable decir que el río Bogotá, entre Chía y Soacha (increíble la persistencia del impacto de las curtiembres), quedará limpio, así persistan algunos vertimientos ilegales derivados de conexiones “erradas”, las que los constructores irresponsables aún hacen de vez en cuando con la red del alcantarillado pluvial o las que se heredan de un proceso de crecimiento histórico muy informal en la ciudad.
El popoducto, que pagamos con las facturas de las que tanto nos quejamos, es una obra tan importante como el Metro. Es parte de las obligaciones éticas y legales de la ciudad, que se acostumbró a defecar encima de miles de habitantes cuenca abajo del río Bogotá y cuyas esperanzas de ver el río limpio no están aún respaldadas por los hechos: las condiciones por las que la nación ha retrasado otorgar garantías a la ciudad para iniciar la construcción de la Ptar Canoas, ponen en riesgo la ejecución de la etapa final del proyecto, que a pesar de contar con licencia ambiental, diseños detallados y presupuesto aprobado por la banca multilateral, no puede iniciarse sin este requisito. ¿Qué estará pasando?
Los páramos circundantes de la Sabana, de los cuales escurre el agua de la ciudad, junto con el sistema de humedales, medianamente protegido y los afluentes que interconectan la red hídrica urbana son el ámbito siguiente para reconstruir una relación más cariñosa con el paisaje. Pero no es solo la empresa de acueducto la responsable de la gestión del sistema, sino toda la ciudadanía: ya bajan menos colchones por los canales de drenaje, pero aún la gente delega sus responsabilidades ecológicas en la administración pública, sin pensar que toda acción de saneamiento la pagamos nosotros mismos, y “disponer” los residuos de manera inadecuada no es un gesto revolucionario popular, sino un delito costoso que se carga al sistema financiero de la ciudad.
Por ahora, el popoducto bogotano está casi listo para entrar en operación, un logro de ingeniería colombiana y de política de muchos gobiernos, algunos más eficaces que otros, pero una muestra de la importancia de la continuidad de las iniciativas que a veces no son perfectas, pero sí indispensables. Habrá que ver otras ciudades colombianas que marchan por el derecho al agua, pero siguen usando sus cuencas vivas como popoductos, intoxicando a las personas, plantas y animales que dependen de sus cuencas y no disminuyen el uso de detergentes, aceites, condones y porquerías que se arrojan a los inodoros, destruyendo la infraestructura de los alcantarillados.
Falta definir el destino de las casi 700 T diarias de biosólidos que se producirán en 4 o 5 años por la Ptar Canoas, seguramente útiles en la restauración de las canteras de la misma región, y cuya disposición adecuada no solo cambiará sus olores típicos, sino la transparencia y velocidad de caída de lo que volverá a ser agua limpia en el Salto de Tequendama. Ese día podremos decir que Bogotá le cumplió a la región.